Que las leyes de educación han sido y son un fracaso es obvio. No hay más que preguntar a un estudiante, no ya de bachillerato, sino universitario, cualquier tema de lo que antaño se conocía como cultura general, para darnos cuenta de que desconocen cómo se llama el río por el que cruzan cada día al volver a casa. Y lo desconocen porque no lo aprendieron en el colegio, o lo aprendieron mal, o lo que es peor no les enseñaron a tener la curiosidad por saber el nombre. Ocho leyes educativas en España desde la LOECE en 1980, la LODE en 1985, la famosa LOGSE en 1990, la LOPEG en 1995, la LOCE en el 2002, la LOE en el 2006, la LOMCE en el 2013 y la más reciente LOMLOE. Un recorrido de cuarenta y dos años que no está claro hacia donde pretendía encaminarse, pero parece que más que un futuro educativo, cada una de esta leyes ha supuesto un retroceso en la formación de diferentes generaciones, y, a juzgar por los resultados, nuestras leyes no están muy distantes de las leyes educativas de otros países de Europa. Si el objetivo era construir una masa manipulable, entonces cada ley ha aportado su granito de arena para erigirse en un gran triunfo. Más allá de la formación académica con su resultado nefasto, se ha obviado fomentar el interés, educar en valores. Una sociedad indolente, que se deja llevar por un concepto de la utilidad limitado a un espacio pobre en el que la notoriedad potencia la banalización. Así explicamos que el único modo de protesta pase por atentar contra una obra de arte. No se trata de que confundan el culo con las témporas, o mezclen al tuntún churras con merinas, es que, por un lado, no tienen apego por el arte, porque no se lo inculcaron en su momento, pero por otro, sí saben de la repercusión mediática que la obra les va a dar. Empatía cero, como consecuencia de una educación pobre y errada. Pero no generalicemos, porque contra la falta de interés de una mayoría, el sistema y sus complejos e invisibles vericuetos crea una élite siniestra, eso sí, empática. Un constructo psicológico denominado dark empath, narcicistas compasivos, los llaman en un artículo publicado en julio del 2020 fruto de las investigaciones de distintas universidades de Reino Unido y Nueva Zelanda. Son capaces de conectar y sentir la realidad del otro, de experimentar compasión, pero tan sólo como un recurso para manipular. Una empatía instrumental de la que nacerán nuestros futuros dirigentes, candidatos perfectos, hijos de una educación, parece al fin, no tan estéril. "La angustia se abre paso entre los huesos", escribió Luis Cernuda.
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