El Gran Timonel

26 de septiembre 2025 - 03:08

El Gran Timonel, con sonrisa de póquer y verbo de cirujano, asciende al trono de cristal. No lo hace con la verdad, un peso demasiado ruidoso en los pasillos del poder, sino bajo una telaraña de promesas tejida con hilos de humo. Su rostro, cincelado por la fotogenia y la convicción, refleja la certeza del ilusionista que sabe que el truco es más importante que la realidad. “España avanza”, proclama, mientras las grietas se ensanchaban bajo nuestros pies.

La mentira, en sus manos, no es un vicio, sino una virtud estratégica. La verdad, un lujo que pocos pueden permitirse, una herramienta de la que solo se sirven perdedores. Él, en cambio, la moldea a su antojo, la estira y la encoge, la pinta de colores para que nosotros, hipnotizados, nunca veamos el gris de fondo. Un día, adalid de la unidad de la patria. Al siguiente, arquitecto de la fragmentación, abrazando a quienes prometan derribar los cimientos del Estado. La coherencia, peso muerto, se arroja al mar para navegar con ligereza.

Una sociedad dividida en dos mitades, se enfrenta en guerra de trincheras dialécticas. De un lado, quienes ven al Gran Timonel como salvador, un líder carismático enfrentado a los poderes fácticos. De otro, los que lo acusan de ser tirano, un mentiroso patológico que solo busca perpetuarse en el poder. La razón se evapora, y solo queda el grito del fanatismo. Las calles, antes foros de debate, se convierten en campos de batalla, donde las banderas se alzan como espadas y las palabras como dardos envenenados.

Mientras tanto el Gran Timonel observa el espectáculo con sonrisa de satisfacción. La división no es efecto secundario de su política, sino su principal motor. Mientras el pueblo se pelea por las migajas de la verdad, él controla el banquete. La fragmentación, esa fractura que debilita la nación, será una fuente inagotable de poder. Porque cuando nadie se pone de acuerdo en nada, quien tenga la fuerza para imponer su voluntad se convierte en único referente.

Y así, España se adentra en una era de sombras y espejismos. La política, reducida a espectáculo de magia barata, dejó de ser el arte de gobernar y se convierte en la ciencia de manipular. Y usted o yo, como niños que miran embobados al ilusionista, aplaudiremos cada truco, sin entender que lo que en realidad desaparece, no es la moneda, sino nuestro futuro.

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