La intención de las palabras

La lucha por desenmascarar la intención oculta de algunas expresiones no es una cuestión accidental

El lenguaje político tiene sus propias reglas y, normalmente, cada ideología maneja sus particulares términos porque, en este campo, las palabras casi nunca son inocentes. Así, la aparición de Podemos recuperó para el vocabulario político el término casta, extraído de los manuales de Ernesto Laclau, máximo ideólogo del populismo de izquierdas. A medida que esta formación se ha ido alejando de esos planteamientos -que lo ha hecho y mucho- el término fue desapareciendo de sus discursos políticos. También Vox en su despegue electoral ha tratado de implantar frases que en sí mismas encierran su propio pensamiento. La expresión derechita cobarde que ha incorporado a su discurso es ya toda una proclamación ideológica. La derecha, la verdadera, la firme, la auténtica, está reñida con la tolerancia, con la flexibilidad y con los acuerdos. Con esta frase tratan de desprestigiar a la derecha tradicional de este país, al PP, tildándola de débil y timorata. Y el rédito de esta expresión ha sido tal que esa derecha se ha acobardado, se ha asustado ante el empuje electoral de la formación de Abascal y desde entonces, con una exhibición de dudas y cobardía se pasa la vida observando, temiendo o imitando a sus competidores de espacio.

El otro término que tratan de inocular como si ya fuera un concepto aceptado es el de dictadura progre o el consenso progre. Lo utilizan continuamente con el claro propósito de que a fuerza de reiteración pasen a formar parte de la terminología habitual del debate político. La intención que encierran estos vocablos es doble; por un lado, desprestigiar el consenso político que hizo posible la transición y, de otro, asimilar al término dictadura lo que ha sido la construcción de un sistema político de libertades y democracia. La finalidad de estas descalificaciones es fácil de adivinar: los que no parecen tener reparos en defender y admirar la dictadura franquista tratan de asimilar el concepto dictadura a nuestro actual sistema político para así dulcificar nominalmente el régimen autoritario que España sufrió durante cerca de 40 años, pretendiendo equiparar los dos sistemas. La lucha por desenmascarar la intención oculta de algunas expresiones no es una cuestión accidental, sino que debe incorporarse al esfuerzo permanente por defender los sistemas democráticos de los ataques de las ideologías populistas y autoritarias. Si no, al final podemos llegar a aceptar que el pin parental es un concepto educativo razonable. Por ejemplo.

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