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La calle es donde mejor se puede medir la situación de una ciudad o un país. Se echan la culpa mutuamente los políticos diciendo que no salen ni oyen a la calle. Incluso en el Parlamento los que teóricamente dicen representarnos, están entretenidos en sus peleas barriobajeras y, los que mandan, sumando el pago a distintos grupos para que los mantengan otro poquito más en el poder -véase el caso de Sánchez, pagando la primera parte del peaje a los independentistas con los famosos indultos-, mientras los aspirantes a sucederles traman toda clase de argumentos para desalojar a los okupas, según ellos. Es decir, todo vale, menos preocuparse por los problemas reales de los ciudadanos y de sus sufrimientos que no van con ellos porque, incluso los que se llaman "progresistas", tienen buenos sueldos, mansiones de primera, coches oficiales y su presidente, falcom para todo tipo de viajes.
Los que pasamos por las calles conocemos algo más de las cosas comunes que sus señorías, incluyendo a alcaldes y concejales, ocupados en el juego de sillones y bastones de mando. Los otros días que iba a por el pan, como decía el admirado Umbral, encontré sentado en la acera, a un joven con la mirada en el suelo, una cajita pequeña delante y un reducido cartel, con la siguiente leyenda: "Los jóvenes no tenemos futuro". No me detuve a preguntarle por su situación, por sus estudios o no estudios -millares de jóvenes han estado estos días nerviosos y abrumados por la Selectividad, primer paso de ese nebuloso futuro al que aspiran legítimamente, como todos hemos aspirado cuando fuimos jóvenes-. Tampoco sé si tiene padres en paro o no han cobrado siquiera el mínimo vital, ni prestaciones pomposamente anunciadas y que llegan con cuenta gotas. Lo único que estaba claro es su pequeño mensaje: "Los jóvenes no tenemos futuro".
Durísimo alegato de una realidad que ha convertido a España en el país con más juventud parada y sin alicientes y, lo que es peor, alejándose esperanzas que son el aliento vital que ha de emanar de las nuevas generaciones, porque siempre se ha dicho, que el futuro es de ellos. Deberían los políticos, los sociólogos, los medios de comunicación acercarse a esa realidad y no limitarse a criticar a los que intentan evadirse, juntarse para disfrutar de convivencias negadas. Sí, está bien pedir responsabilidad a los jóvenes, en estos momentos de pandemia aún no controlada, por su seguridad y la de los demás, pero sin etiquetarlos bajo un único y falso concepto, sin hacer nada por solucionar sus problemas y que no se vean, alguna vez, en el extremo de ese chico abatido, mirando al suelo, esperando unas vergonzosas monedas, denunciando una cruel realidad, inasumible en una sociedad: "Los jóvenes no tenemos futuro".
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