La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
Prolifera en los últimos tiempos el uso de la expresión “el lado correcto de la Historia”, que es lo mismo que hablar de la melancolía de un cocotero o de la pasión de un iceberg. Es decir, un absurdo o una licencia poética. La Historia no tiene “lados” ni sentido moral, sino que es, sencillamente, como bien define el DRAE con castellano de luz cervantina, la “narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados”. Como mucho, “el lado correcto de la Historia” podría ser una isla de bienaventurados a la que no tendrían acceso los vivos. Incluso los difuntos , como esas partículas de la física cuántica, podrían estar en diferentes lados de la Historia a la vez. Se lo pueden preguntar a Azaña o a Abderramán III. Sin embargo, los que aún respiramos no podemos situarnos en ningún lado porque, sencillamente, aún no conocemos nuestra Historia, no habitamos el futuro, que es cuando se historiarán nuestras acciones con la artificiosidad de un tableau vivant y de forma contradictoria. Muchos, ya muertos, nos llevaremos una sorpresa.
La expresión está muy en boga entre lo que ahora se denomina con tino “la izquierda narcisista”, pero no es patrimonio exclusivo de ésta. Los neocon, quizás los últimos revolucionarios de raíz ilustrada, creyeron que la Historia no tenía más sentido que la expansión de la democracia y el libre mercado y que cualquier acción estaba justificada cuando se estaba en el “lado correcto de la Historia”. Después vino el caos de Irak. Durante siglos, religiones e ideologías ya habían pretendido darle un sentido moral a la Historia: la salvación de las almas, el triunfo de la razón, la emancipación del proletariado, la implantación de un Reich ario... pero la Historia, tozuda, se empeña en comportarse como un mineral sin principios.
Pedro Sánchez es de los que se posiciona continuamente en el “lado correcto de la Historia”. No recuerdo a ningún líder histórico, desde Ramsés I hasta Stalin, pasando por Hitler o Mitterrand, que no lo haya hecho. Debe ser cómodo levantarse todas las mañanas, esconder los cadáveres reales y metafóricos bajo la cama, mirar al espejito, preguntarle en qué lado de la historia se encuentra uno y recibir la respuesta del pelota: “en el correcto, mi señor”. Digamos que, como ya ha apuntado alguien que habita la acera incorrecta de la prensa, cuando se usa la famosa expresión, realmente se está dejando en evidencia que no hablamos de Historia, sino de la vulgar reyerta política del día a día.
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