La esquina
José Aguilar
Salazar no es un dictador luso
Al PSOE le ha explotado en la cara aquello que juraba tener más blindado: su supuesta superioridad moral en materia de feminismo. Y el estallido no ha sido menor. Ha sido una cadena de denuncias, escándalos y silencios cómplices que dibujan un panorama inquietante: un partido que hace bandera de la igualdad mientras convive, con más naturalidad de la deseable, con comportamientos machistas, vejatorios y directamente incompatibles con cualquier discurso progresista. Porque no hablamos de militantes de base ni de concejales perdidos en el mapa. Hablamos de secretarios de organización, de altos cargos, de hombres fuertes del aparato: Ábalos, Salazar, Antonio Navarro, secretario general de Torremolinos… y ese cameo permanente en todos los despropósitos llamado Koldo. Y, sin embargo, durante años nadie parece haber mover un dedo.
La pregunta es de una obviedad dolorosa: ¿cómo puede un partido que presume de haber hecho del feminismo su estandarte no activar ni uno solo de sus mecanismos internos para investigar, detectar y castigar ejemplarmente estas conductas? ¿Cómo puede ser que todo el mundo lo supiera –porque ahora resulta que lo sabían– y nadie considerara que había que intervenir antes de que lo desvelara la prensa?
Y aquí llega la otra derivada: la elección del personal. Pedro Sánchez está acreditando un radar desastroso para escoger a quienes coloca en los puestos clave. Ábalos, Santos Cerdán, Francisco Salazar… La colección de errores ya no parece accidental; empieza a parecer tendencia. Un presidente que cambia de colaboradores como quien cambia de corbata debería, al menos, fijarse en si la prenda está limpia antes de ponérsela.
El daño para el PSOE es devastador. No por lo que digan sus adversarios, sino por lo que piensan sus votantes. Porque ¿con qué autoridad moral puede pedir ahora ejemplaridad, respeto, igualdad o tolerancia cero frente a la violencia machista un partido que convive con episodios de prostitución, humillación y abuso sin despeinarse?
No es un caso aislado. No son “manzanas podridas”. Es una cultura interna de mirar hacia otro lado. Y, como casi siempre, lo que destruye no es la corrupción, sino la impunidad.
Si el PSOE quiere recuperar credibilidad, tendrá que empezar por asumir que la igualdad no es un eslogan ni una pancarta. Es una práctica cotidiana. Una disciplina. Un límite. Y, sobre todo, una responsabilidad, porque, parafraseando a Bill Clinton: “Es el machismo, estúpido”. Y ya no cuela.
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