¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La metáfora del tren

La impuntualidad ha vuelto a los trenes españoles justo cuando el país sufre una gran crisis de identidad ¿Por qué los trenes sufren constantes retrasos e incidencias en Andalucía?

Andenes de Santa Justa.

Andenes de Santa Justa. / DS

EN los años 80 se hablaba con admiración de los ferrocarriles británicos. En el gran secarral hispánico se veía como maravilla el que los trenes estuviesen limpios y, sobre todo, fuesen escrupulosamente puntuales. Ellos, los de Albión, tenían siglos de tradición democrática y eficacia técnica. Nosotros, sin embargo, décadas de revoluciones, golpes, dictaduras, guerras civiles... Los retrasos de la Renfe se veían casi como un distintivo de la raza, un fatalismo moro que obligaba a los españoles a perder el tiempo en los andenes. Sin embargo, de repente, todo cambió. Una nueva generación de ingenieros y gestores consiguió que lo que hasta ese momento parecía un privilegio exclusivo de los británicos pasase a ser disfrutado también por los españoles. Mucho tuvo que ver la nueva “cultura de la puntualidad” –perdón por la expresión– que implantó la Alta Velocidad a partir del 92. Al principio, los escarmentados ciudadanos se reían con el compromiso de Renfe de devolver el dinero del billete si los AVE no llegaban exactamente a su hora. Pero aquello funcionó y todos los trenes, poco a poco, se incorporaron a la buena nueva de la seriedad. Incluso, en la prensa se presumía abiertamente de que el sistema ferroviario español era ya más eficiente que el británico. La democracia había llegado definitivamente a España.

No deja de ser significativo que la impuntualidad y el cutrerío hayan vuelto a los trenes españoles justo cuando el país está sufriendo una de las crisis de identidad más importantes desde el 98. En unos momentos en los que los partidos en el poder y sus socios propugnan un modelo plurinacional y confederal, cuando no niegan directamente la existencia de la nación española, asistimos de nuevo a un gran gatillazo ferroviario, en el que los trenes vuelven a ser cutres e impuntuales.

El tren siempre fue un termómetro de la modernidad de España. Lo fue desde el XIX, cuando la creación del Estado contemporáneo tal como todavía lo concebimos hoy corrió paralela a la construcción de la primera red ferroviaria española. Lo fue en los primeros dos tercios del siglo XX, con un servicio de trenes tan tormentoso como el país en general. También cuando en el último cuarto de la pasada centuria España y sus trenes parecían haber encontrado el camino definitivo de la prosperidad y la seguridad en sí mismos, esas que ahora vemos peligrar en este confuso arranque del XXI. ¿Descarrilará España en estas curvas peligrosas? ¿Volveremos a sufrir esos “sucios trenes que iban hacia el norte”? ¿Llegaremos a buena estación? Lo iremos viendo. Lo que sí parece claro es que, por ahora, el maquinista falla. Y es un mentiroso.

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