La muerte en nuestros días

En una sociedad que destaca la juventud, la belleza y los aspectos vitales, la vejez y la muerte quedan relegadas

Quizás la única certeza, existencialmente hablando, que tiene el ser humano, es que igual que nace debe de morir. Un hecho natural que en otra época era asumido sin traumas, incluso por los niños. Aunque la muerte se afronta con muy diversas actitudes en las distintas culturas, en nuestra sociedad en las últimas décadas el cambio de percepción de esta es evidente.

Aún recuerdo cuando apenas contaba con siete años de edad, a la primera persona que vi morir. No era ni siquiera ningún familiar mío; se trataba del abuelo de mi mejor amigo. Todos sus hijos, pero también nietos y amigos de la familia rodeábamos el lecho de muerte, en el que se había transformado aquel vetusto y sobrio dormitorio con cama niquelada. Los estertores, perfectamente audibles al entrar en la habitación reflejaban una agonía que fue larga, lenta y probablemente dolorosa para este hombre. Y es que antaño, la gente moría en su casa, en su cama, rodeada de sus seres queridos, las más de las veces consciente de que llegaba el momento y con tiempo para prepararse para este trance.

Hoy, en una sociedad que destaca la juventud, la belleza corporal y los aspectos vitales, la vejez y la muerte, quedan relegadas y a menudo, se ocultan. Esta última en los hospitales, afortunadamente con escasa percepción del dolor gracias a la sedación paliativa, convirtiéndola en un acto sanitario, controlado por los médicos, que tras el ominoso suceso se traslada a los tanatorios, porque ya nadie vela el cadáver ni despide el duelo en los domicilios. Incluso parece que disminuye la afluencia de visitas a los cementerios el 1 de noviembre a la par que ha aumentado el número de cremaciones con respecto a las inhumaciones

La muerte ya no está integrada en nuestra percepción de la existencia, aunque nos llega ineludiblemente. No obstante, aún encuentro personas que otorgan un gran valor a morir en su hogar, algo que puede conseguirse hoy con ayuda, no excesivamente medicalizada, gracias a los equipos de cuidados paliativos, que por desgracia aún no llegan a todos los rincones de nuestra tierra y a las unidades de hospitalización domiciliaria, que aunque lentamente van siendo creadas en algunas áreas hospitalarias. Ello nos permitiría morir en nuestro entorno, rodeados de los nuestros, evitando la frialdad de los hospitales, pudiendo preparar, con ayuda de los psicólogos de estos equipos, una muerte digna y sin dolor.

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