Monticello
Víctor J. Vázquez
Un triunfo póstumo
Apenas iniciado el terrible enfrentamiento entre españoles, conocido como Guerra Civil, en estos mismos calurosos días, pero en 1936 y en todo el territorio de nuestra patria, España, bajo los signos de poderes bien distintos y enfrentados y por autores o instigadores de muy diversos pensamientos políticos, se produjeron infames asesinatos, cuyas causas últimas estaban en inconfesables razones de odios, inquinas y rencores antiguos y que, en muchas ocasiones, poco o nada tenían que ver con el puro enfrentamiento por razones ideológicas aunque, también, fue otra de las causas –pero no siempre la única– por las que muchos compatriotas nuestros, inocentes de cualquier culpa, hubieron de morir, inmerecida e ignominiosamente, bajo las balas fratricidas de los que, de manera perversa y depravada, aprovecharon la guerra, el desorden y el abuso de poder para segar las vidas de otros, sin juicio, sin defensa y sin razón.
En una de estas noches de verano, posiblemente igual a la de hoy, ayer o mañana, en medio de la profunda obscuridad, por agrestes parajes de sierras de jaras y de tomillos; parecidos a los de la Alfaguara, entre Víznar y Alfacar, o en lugares con otros nombres y paisajes; cuadrillas de fieras crueles y desalmadas con figura –pero sólo figura humana–, dejaron solos a otros seres humanos, caminando entre los arbustos y algunos chaparros, pinos u olivos. E inmersos estos hombres en el humano y natural miedo que causan la soledad y la amenaza, rodeados del ruido escandaloso de las chicharras y de las miradas apostadas de lechuzas y otros pájaros silvestres.
Así, recibieron en sus cuerpos inocentes el dolor insultante de las balas, cobardes y anónimas, que salían de aquellos fusiles atronadores, asesinos, cargados de muerte y sinrazón, quedando inútilmente mártires.
Aquellos seres asesinados eran iguales a otros muchos, como hemos dicho, en toda España. Hoy en la memoria de uno de ellos, granadino de Fuente Vaqueros, que ya era entonces el mejor poeta de España: Federico García Lorca, reconocemos a todos los que murieron asesinados, tan injusta, tan dolorosa e inútilmente. Todos eran nuestros muertos. ¿O no?
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