Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Si lo noticioso es que hacer calor en agosto, es decir, como sucede cada verano desde que el mundo es mundo después de la última glaciación, pues uno no puede más que deducir que más que noticias lo que hay en las redacciones es eso, sequía absoluta de noticias y necesidad acuciante de rellenar con lo más obvio, el calor que hace en verano, los espacios que habitualmente nos informan de catástrofes, escándalos, jugadas en la sombra de los poderosos o, como viene sucediendo últimamente, porquería moral a granel sin importar ya las siglas de la formación política que las incuba en su seno.
De hecho, cada año espero como casi un ritual del estío la foto en el periódico que informa, otro año más, de lo vacía y sola que se queda la Gran Vía por San Lorenzo, un desierto a las cinco de la tarde sólo alterado por el paseo despistado de algún turista alemán al que nadie le ha informó de los peligros del golpe de calor lleve o no sandalias con calcetines blancos. Solo la fresca luminaria de la cola en los italianos consigue romper año tras año la monotonía desolada de esa Gran Vía estival.
Aún así, los becarios de las redacciones se afanan por sacar noticias de donde no las hay. Se tira de reservas y, por ejemplo, se da más cobertura a la cultura, habida cuenta de que lo único que funciona es la entrada de la Alhambra donde ya no quedan entradas a los palacios por lo menos más que hasta mediados de septiembre en adelante.
De ahí que la inventiva de los redactores deba ponerse a funcionar y alumbrar reportajes imaginativos como por ejemplo ‘El valor de las sombras’, espacios a cubierto del sol que cotizan exponencialmente en estas fechas de implacable castigo de la luz.
O, por ejemplo también, volver la mirada a las periferias de la urbe en busca de piscinas públicas, esa carencia clamorosa de esta ciudad donde se ha escamoteado el derecho a refrescarse de las masas populares en favor de la más selecta clientela de las piscinas privadas en urbanizaciones y demás recintos privados.
Esperaré esa foto un año más en los diarios o en las redes, con los ginkgo biloba preparando ya su amarillo clamoroso que nos recordará, dentro de nada, que todo ha vuelto a ese bullicioso ruido que dejará en memoria plácida esta quietud del estío vaciado de novedad.
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