Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
En una tertulia, uno de los participantes, ante un tema espinoso sobre el que se han expresado todo tipo de opiniones, suele recurrir al marciano. Una mirada no contaminada, un individuo, llegado de otro planeta, de mirada inocente. El resorte del ‘marciano inocente’ le permite distanciarse de ciertas normas y costumbres, por muy arraigadas que estén, por mucho que se diga que así se hicieron siempre las cosas. Pero se trata de una trampa, porque el que la usa se sirve de ella para que sus argumentos parezcan más objetivos, más inocentes. Imaginen lo que diría un marciano del cartel del Corpus de este año. No diría nada, a no ser que le supongamos una omnisciencia que solo manejan los dioses; o que ha cursado una FP de arte y teología. Lo del marciano no va a funcionar. Nuestras opiniones sobre el cartel, pues, serán siempre discutibles, nada marcianas, tanto como las del propio concejal que en la presentación dijo que “la obra capta la esencia de Granada”, o las del mismo autor que señaló que su obra “pretende dar voz al cielo granadino, que también es memoria”. Pero la obra ya no es ni del concejal que la patrocinó ni del autor, es de todos los que la vemos. Como receptor del cartel, humildemente, opino que es un objeto trufado de metafísica inane, de teología cojitranca y de trazos mostrencos de un ser granadino”, que parecen conocer los inspiradores del póster. Pánfilo, menos conocedor de las vanguardias, en la nebulosa gitana que se enseñorea del cartel ha creído percibir sahumerios de maría, la planta que tanto dinero negro inyecta en la emergencia granadina de la droga y el postureo. Él, cuando de joven fumaba chéster para impresionar a las niñas, solo conseguía dibujar con el humo del cigarrillo unos graciosos aros blancos que quedaban flotando en el aire. El ectoplasma del cartel –fumata festiva: habemus gaudium– se eleva hacia un cielo, azul PP, y parece patear, o zapatear, a una esquinada custodia del Corpus. Para Pánfilo, la bailaora del cartel, más que nube, aparenta ser vapor de hierba. Se asombra mi amigo de que el Santísimo, relegado por nubes alucinadas al ángulo inferior derecho de la obra, no haya suscitado ya la atención inquisitorial de los Abogados Cristianos. Quizá los juristas de Dios, piensen que los promotores del cartel, aunque impíos, son de su charpa.
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