El periodista

24 de octubre 2025 - 03:08

La La luz de la pantalla hería la retina. La luz blanquecina de siempre, solo que hoy más dura, menos indulgente. Siempre vivió para las palabras. Al aroma del café quemado, su mente bullía con titulares, ángulos, enfoques. Creía en el poder del artículo de cincuenta líneas para cambiar una el mundo. Había destapado corruptelas vecinales, había dado voz a la biblioteca abandonada del barrio, consiguió que el ayuntamiento arreglara una farola fundida. Escribía sobre lo cotidiano porque lo consideraba épico.

Pero el día a día es una masa voraz que devora la épica. Dedicó tres días a redactar un artículo sobre la alarmante disminución de la capacidad adquisitiva de las pensiones. Contrastó versiones históricas, entrevistó mayores, desmanteló la justificación oficial. El resultado: el artículo se publicó con un titular edulcorado (“Nuevas pensiones, nuevos caminos: protegiendo la vejez”). Al día siguiente la gente, la real, se limitó a quejarse en voz baja mientras cobraba su pensión. La farola se volvió a fundir a los dos meses.

Aquel día, la redacción era un hervidero de ruido vacío. –¿Ya tienes el tuyo? –preguntaron–. El jefe quiere un viral sobre el perro que hace skate en el parque. Lo necesito para portada digital. Asintió, derrotado. Un perro en monopatín. La frontera del absurdo periodístico. ¿Qué importaban subidas de precios, el urbanismo fallido, la sequía invisible, si un perro hacía piruetas? La gente quería fugarse de su propia realidad, no leer sobre ella. Y él, era un proveedor de distracciones.

No quedaba adrenalina. Solo fatiga al desenterrar una verdad que, seguro, sería enterrada por la siguiente noticia frívola, el siguiente meme, el próximo algoritmo. Escribir era un proceso de tecleo, una tarea mecánica que no trascendía la frontera de la pantalla. Había perdido la fe en el lector. Había perdido la fe en suvoz.

El cursor seguía parpadeando. Top 5 de errores de vestuario en la alfombra roja del evento benéfico. Cerró los ojos. Por un instante, consideró borrar el documento y marcharse a casa. Pero quedaba la hipoteca, el coche, la subida salarial... El día a día lo había atrapado.

Abrió los ojos. Un suspiro que sonó a rendición. Comenzó a teclear con la eficacia vacía de quien no cree en su obra: “El evento benéfico de anoche dejó momentos de generosidad, pero también... ¡una pasarela de la moda del desastre! Desde transparencias fallidas hasta estampados que gritaban ‘socorro’. Hemos recopilado los cinco...”

Las palabras fluían ocupando el espacio, sin dejar rastro de su alma en la tinta digital. El día a día ganó. Mientras, el periodista escribía su propia elegía.

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