La plaza inacabada

"Ojalá vivan mis nietos los suficiente para ver terminada mi plaza", dijo Rafael Guillén con escepticismo y retranca

La plaza de la calle Primavera, que el Ayuntamiento de Granada decidió ponerle el nombre del poeta Rafael Guillén, es un ejemplo de la inoperancia política de las administraciones: lleva 25 años pareciéndose a todo menos a una plaza. Fue a mediados de los noventa cuando se encontraron allí los mosaicos de una villa romana. Eso ha permitido que, entre unas cosas y otras, nadie sepa lo que hay que hacer con aquel espacio en donde actualmente hay un cagadero de perros, unos restos arqueológicos tapados con un plástico negro y hasta un sitio en el que echar los escombros. Han pasado desde entonces siete alcaldes, otros tantos delegados de Cultura, una gran cantidad de técnicos y arquitectos de ambas partes y el proyecto (el que sea) sigue sin ejecutarse. Lo último que sé de ella es que el Ayuntamiento ha licitado el comienzo de las obras y que, al quedarse el concurso desierto por la poca cantidad asignada, tendremos que esperar no sé cuánto tiempo más para ver la zona adecentada. Allí, los carteles que exponen las obras pierden el color de lo novedoso en proporción directa al color de los rostros de los políticos que imprime el tono de la poca vergüenza. Y ahora, como vienen elecciones, nadie mueve un dedo hasta ver qué pasará en el Consistorio y a quién se le pasará la patata caliente en que se ha convertido esta plaza.

Paso por ella un día sí y el otro también siempre que voy desde mi casa al centro. Lo único que he visto a lo largo de los años son zanjas, vallas y rastrojos que aparecen y desaparecen conforme el ciclo que les otorgan las estaciones. Un día la visité con Rafael Guillén en una de aquellas mañanas que salíamos a pasear. Rafael, que nos dejó huérfanos de su presencia el pasado día cuatro, conseguía con su maestría combinar como nadie las palabras con su modo particular de vivir y pensar. Él amaba Granada con la manera que tienen los granadinos de amar a su tierra: con ese pesimismo desengañado que nos lleva a los habitantes de la ciudad de la Alhambra a ponernos en lo peor. "Ojalá vivan mis nietos lo suficiente como para ver terminada mi plaza", dijo el poeta con esa mezcla de escepticismo y retranca que tanto utilizaba en sus asertos. "Ojalá", contesté yo con la malafollá que sugería la confidencia. A punto estuvo Rafael de escribir un poema sobre la plaza inacabada.

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