Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Tengo un amigo poeta que dice que hace un año dejó de fumar. Y también de beber. Por prescripción facultativa. Los médicos le han dicho que si sigue así le puede reventar el hígado y pasarlo mal con los pulmones. Está un poco desesperado porque dice que desde que no fuma y bebe ha perdido el estilo, no encuentra la manera de engarzar las palabras justas que necesita para escribir un buen poema. Me cuenta que él encontraba el estilo con las volutas de humor que echaba en las caladas al cigarro y con los buches que le arreaba al güisqui. El médico le ha dicho que haga vida sana y que beba mucha agua, pero eso para él no solo resulta un martirio, sino que ya no se siente realmente poeta. Me cuenta que sus mejores poemas le salían cuando estaba pedo y se fumaba un paquete de cigarrillos. Me dice que escribir con un cigarro entre los dedos y con la vista puesta en un vaso con un lingotazo le daba seguridad. A veces hemos hablado de ese tema. Hay escritores que sus mejores obras las han escrito borrachos. Dice Manuel Vicent que nadie sabe si entre el alcohol y la creación literaria existen vasos comunicantes, pero es un lugar común asimilar a Hemingway con el daiquirí, a Scott Fitzgerald con el martini, a Dylan Thomas con la pinta de cerveza, a Fernando Pessoa con la cazalla, a Faulkner y a Graham Greene con el whisky, a los existencialistas franceses con el calvados y más allá a Rimbaud y a Verlaine con la absenta, que también era el brebaje favorito de Edgar Allan Poe y de Baudelaire. Alguno de ellos como Dylan Tomas moriría de un delirium tremens después de una fiesta en la que se bebió treinta cervezas seguidas de un solo envite y por una apuesta. A nivel más local, sabemos que muchas veces a aquella generación granadina del 50 (Pepe Ladrón de Guevara, Julio Alfredo Egea, Rafael Guillén, Miguelón Ruiz del Castillo…) la inspiración les venía tras haber ingerido varias jarras de vino peleón en las tabernas del Albaicín. El poeta Javier Egea tenía dicho en su testamento vital que, si se perdía, lo buscaran en las tabernas. Un día el novelista José Vicente Pascual me confesó que su mejor obra la había escrito cuando estaba piripi. Poetas y escritores que veían en el culo del vaso del líquido que estaban bebiendo la razón de su existencia. Ahora mi amigo tiene la picha hecha un lío porque no sabe si volver a las andadas y ser mejor poeta o vivir más tiempo.
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