Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

¿Dónde quedó la cortesía?

La cortesía, a la que Ortega definía como la fina cultura del gesto, no debería abandonar jamás el debate

Hitler era abstemio, vegetariano, no fumaba y adoraba a Blondi, su pastor alemán. Así que la buena noticia para los demócratas es que podemos beber, comer carne y fumarnos los habanos por cajas al ritmo que lo hacía Churchill que siempre fue un bon vivant. La mala es que Stalin trasegaba vodka como si fuera agua mineral, fumaba como un cosaco -un símil facilón- y adoraba el stavisi, la receta georgiana de pollo con salsa de nueces. Así que puede que falle el razonamiento y lo que define a un dictador es su desprecio por la libertad y la democracia y no sus gustos personales. El argumento ad Hitlerum es una falacia ad hominem que supone que no hay debate posible tras lanzar una acusación que nos iguala en algo al dictador nazi.

Nos están acostumbrando a oír estos argumentos y tomarlos como irrebatibles. Se pasa de franquista nacionalcatólico a independentista antiespañol en lo que se tarda de ondear la rojigualda en Colón a votar contra los presupuestos del gobierno socialista. Lo peor viene cuando, en tono inquisitorial, se nos exige una suerte de probatio diabólica, por la que debemos demostrar que no matamos a Manolete, probando que no somos un miura ni estuvimos en Linares.

Se califica al gobierno de Frankenstein o se anuncia la coalición Francoestein. Y no lo proclaman dos borrachos viendo amanecer sino cualificados representantes de los partidos, diputados y ministros, entre los que tendremos que elegir a nuestros representantes. No sé si hay una epidemia de coprolalia o si la clase política padece un terrible síndrome de Tourette, pero el tono y las formas que estamos sufriendo y van a torturarnos, como poco, hasta bien entrado el verano, dan pavor. Me temo que la campaña se va a reducir a un enfrentamiento tabernario y barriobajero en el que se lanzarán, de modo irresponsable, docenas de eslóganes despreciables y estériles, en lugar de confrontar propuestas para mejorar la vida de los ciudadanos.

La base de la democracia es el respeto mutuo. La cortesía, a la que Ortega definía como la fina cultura del gesto, no debería abandonar jamás el debate. La carta dirigida al Emperador del Japón con la que Churchill le anunciaba la declaración de guerra, finalizaba con una frase -tengo el honor de ser, Señor, Su Obediente Servidor- que fue ampliamente criticada. Al conocer las quejas, el premier contestó: "Incluso cuando hay que matar a un hombre, no cuesta nada ser educado".

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