La raíz y las ramas

La lluvia nos ha dejado sin procesiones, creando el clima propicio para las reflexiones más hondas y algo melancólicas

Mi columna de los Martes Santos lleva veinte años siendo una crónica de mi salida procesional del previo Domingo de Ramos. Este año la lluvia no nos dejó salir. Se veía venir: los cenizos partes meteorológicos lo avisaban sin misericordia… Pero, como faltar a una tradición, es una lástima, planeé un consuelo: aprovecharía la lluvia para hablar de la pre y de la post estación de penitencia.

La procesión va por dentro, se dice, pero también viene de antes. Cuando Eduardo Ruiz-Golluri se encargaba de adornar el paso de nuestra Hermandad, los preparativos eran, además, bucólicos. Acudíamos temprano a su casa a recortar los azahares de los naranjos del campo. Imaginad el perfume: en la penumbra del cobertizo, en nuestras sillas de anea, con nuestras manos metidas hasta el codo en las ramas y las flores aún con rocío. Sus hijas, un poco mayores que nosotros, tan guapas, coadyuvaban al encanto. Ahora se ha perdido aquello, pero es bonito llegar a casa de mi padre y ver tantas túnicas (de hermanos, hijos, sobrinos, primos, amigos) tan blancas y bien planchadas. Este año hemos vivido un momento de terror porque no aparecían los viejos y amoldados capirotes. Hubo que hacerlos a la carrera. De casa de mi padre salimos juntos para la iglesia y entonces recordé el poema El rito y la regla de Rafael Montesinos. La memoria –silenciosa, sin hablar con nadie– escoge siempre el camino más corto.

Tras la penitencia, regresamos de nuevo a casa de mi padre, echando de menos secretamente a mi madre, que hacía de esa cena una gran fiesta, pero haciendo lo que podemos. Este domingo –porque la lluvia– cenamos mucho antes y mucho menos cansados. Tal vez las conversaciones resultaron, ay, bastante más animadas.

Pensé que, con algo de antes y algo de después, ya se salvaría la columna; pero no. Los preparativos tienen su sentido por lo que se propicia; la cena por lo que se rememora. Sin estación de penitencia, nada fue como debía, aunque los preparativos se planearon meticulosamente y la cena se cenó y se bebió como cualquier otro año o más. Cuando perdemos el sentido religioso que está en el centro de tantas tradiciones y costumbres familiares o nacionales, se les desprende, al principio imperceptiblemente, su encanto. Como la rama que se separa del tronco o los sarmientos de la vid, ya puestos. Esta vez no es grave, porque volveremos a salir el año que viene; pero como advertencia es vital.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios