Una ronda a los chinos

Nos miramos todos con cierta expectación porque... ¡nadie se acordaba ya quién había perdido!

Es increíble cómo el tiempo deteriora nuestra capacidad de atención y nuestra memoria. Les voy a contar una historia de la que espero que no se enteren los damnificados de la misma porque si se enteran me pueden correr a gorrazos. Resulta que un grupo de andarines que practicamos el senderismo los fines de semana solemos terminar en El Albergue, una taberna que hay cerca de la Virgen de las Angustias. La regenta Luis, uno de esos taberneros que, quizás sin proponérselo, se hallan envueltos en un aura romántica que dignifican el lugar en el que trabajan. Allí él es el rey y nosotros sus vasallos. Luis tienen en el mostrador una reproducción en cerámica de la basílica cercana y es más granadino que un puñado de estampas de Fray Leopoldo. La mayor parte de su clientela está en esa edad venerable de los que saben apreciar donde está la esencia de la tradición. Su vermú es de los que dejan en el paladar el regusto de lo exquisito. Pues bien, allí, para pasar el rato simplemente, alguien propuso jugarnos una ronda a los chinos. Íbamos cinco, como la pandilla de Enid Blyton, todos más cerca ya de los setenta que de los sesenta. No hace falta que les explique que este juego consiste en acertar la suma de las monedas que cada uno se echa en la mano y que el máximo es de tres. En una de las jugadas todos dijimos un número muy alto porque se suponía que íbamos muy cargados. Uno dijo quince, otro trece, otro doce… Yo dije once. Llegó la hora de abrir las manos y salió el catorce. ¡Mío!, grité alzando los brazos en señal de triunfo. El catorce nadie lo había dicho y sin embargo me lo adjudiqué yo. Nadie dudó de mi palabra: ¡Y es que todos habían retenido a duras penas en su memoria lo que habían pedido ellos, pero no lo que habían pedido los demás! Así que me anoté esa mano y me libré de pagar las cervezas de la primera ronda. Después de la partida seguimos bebiendo otras tres o cuatro rondas más. Estuvimos más de una hora dale que te pego. Al pagar alguien propuso que se hiciera a escote menos la primera ronda que tenía que pagarla quién había perdido a los chinos. Nos miramos todos con cierta expectación porque… ¡nadie se acordaba ya quién había perdido! Me encanta practicar este juego con gente de mi edad.

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