El sagrado oficio de escribir

Esta rica, aunque minoritaria, tradición de ensayismo andaluz ha creado un género peculiar: la divagación

El ensayo como género cuenta en Andalucía con una tradición culta en la que se han refugiado los escritores que buscaban un espacio literario de reflexión y crítica. Un tipo de escritura que se ha mantenido al margen de los desbordamientos sentimentales de la poesía y de la obligación de retratar la vida cotidiana que exige la novela. Para estos escritores cultivar el ensayo suponía alejarse de lo inmediato, reposar las cuestiones, sopesarlas a la luz de distintas lecturas, lo cual reclama una cierta de madurez, tanto en quien escribe como en sus lectores. Por eso, esta rica, aunque minoritaria, tradición de ensayismo andaluz ha creado un género peculiar: la divagación. Un género meridional, casi exclusivo, muy alejado de la autocomplacencia lírica, pero que cuida la forma tanto o más que la poesía. Es una escritura realizada sin prisas ni pretensiones, con modestia, porque se desea incidir en el mundo, pero, a su vez, un cierto escepticismo obliga a desconfiar del poder de las letras. En esa línea se escribieron espléndidos textos Ángel Ganivet, José Nogales, José María Izquierdo -al que cabe atribuirle el primer uso, a este respecto, del término divagación-, el Juan de Mairena de Antonio Machado, y ciertas prosas críticas de Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda y Joaquín Romero Murube.

Por fortuna, al hablar de esta tendencia literaria no solo hay que mirar hacia atrás, porque su rastro creador se mantiene. Y aunque cultivarla requiere sensibilidad y gran sabiduría, existe un escritor que todavía desempeña la función de encarnarla y difundirla. Se trata de Ignacio Garmendia, que lleva muchos años dedicado al sagrado oficio de escribir. Pero con ese tipo de labor discreta, que ha tenido casi siempre la prensa como soporte. Parecía, pues, que no ambicionaba más horizonte de difusión que el ofrecido por su tierra de siempre, aunque, en cambio, en sus breves ensayos mostraba un lúcido olfato para captar y seleccionar todo lo nuevo que debiera ser conocido y comentado. Sedentario, pues, en su vida cotidiana, pero dotado de un entusiasta y abierto nomadismo intelectual. Una figura indispensable para que el ombliguismo local no acabe devorándolo todo. Por suerte, ha oído la llamada de algún clan de lectores que reclamaban para sus escritos otro aire, alimentándose unos a otros, en un mismo y precioso volumen, y ha accedido, por fin, a publicar Los días sagrados (Athenaica). Un libro luminoso dentro de esa tradición reflexiva y culta que vincula al mejor ensayismo andaluz.

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