Paso de cebra

José Carlos Rosales

Un secreto a voces

Luis García Montero ha sido condenado por decir en voz alta lo que desde hace tiempo (más de 30 años) muchos profesores y escritores de Granada (y sus alrededores) hemos ido comentando de bar en bar, de sobremesa en sobremesa. Por esa sencilla razón esta sentencia ha provocado en mucha gente (amigos, alumnos, compañeros, lectores…) tanto dolor y tanta indignación: las afirmaciones de García Montero eran un secreto a voces. Si a eso le añadimos su probable excedencia de la vida universitaria de Granada, al dolor y a la indignación se unirán el desengaño y la tristeza.

Además, en este turbio asunto se han mezclado (por error o malicia) conceptos, como la libertad de cátedra, absolutamente ajenos al conflicto. Porque bajo el emblema respetable de la libertad de cátedra se engloban las libertades de aquellos que hablan con autoridad y conocimiento de causa; pero la libertad de cátedra no puede amparar los exabruptos o los anatemas, las mentiras o los abusos de poder (docente). Sus antiguos alumnos lo saben muy bien; por ejemplo, Susana Rodríguez Moreno: "De Fortes no recuerdo haber aprendido nada de lo que venía en el programa, salvo su opinión ofensiva sobre autores contemporáneos". O Daniel Rodríguez Moya: "Fortes nos imponía comprar y subrayar su libro Las escrituras de Francisco Ayala; para aprobar su asignatura teníamos que entregarle obligatoriamente el ejemplar firmado junto a nuestros trabajos; y luego, a los pocos días, esos libros aparecían tirados en un contenedor en la puerta de su despacho de la Facultad." O Sara García Mendoza, en las páginas de este mismo periódico, cuando aludía a la "actitud casi colérica" de Fortes, a sus "gritos a los alumnos que se atrevían a poner en duda sus afirmaciones" de que García Lorca era un "señorito andaluz y fascista"; Fortes siempre "repetía las mismas ideas sin desarrollar en ningún momento el temario de la asignatura"; encomendaba a los alumnos la búsqueda (en horas lectivas) de determinados materiales (facturas y documentos de la Diputación y el Ayuntamiento) "que luego hemos visto publicados en trabajos del profesor Fortes". Sumemos a todos estos disparates, como bien ha señalado el profesor Pablo Alcázar, que Fortes omite en sus publicaciones el nombre de los alumnos que, involuntariamente, colaboraban con él en sus erráticas elucubraciones.

¿Cómo puede ser que un profesor así se sienta injuriado cuando un compañero de departamento, cansado de aguantar impertinencias y descalificaciones personales, alza la voz y cuenta lo que pasa? Y sobre todo, ¿cómo puede ser que un juez se lo crea?

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