Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
Cumplía nuestro amigo, el jesuita Ignacio Maury Rodríguez-Bolívar, cien años espléndidos y allí estábamos, en la Iglesia del Sagrado Corazón, todos aquellos que le hemos admirado a lo largo de su larga y tan fecunda vida.
Vino hasta su sobrino, el nuncio de su santidad en Inglaterra y arzobispo de Itálica, Miguel Maury, para arropar este cumpleaños en el que el afecto se palpaba en cada palabra durante la ceremonia y la posterior celebración que tuvimos. Hasta una felicitación-bendición expresa para Ignacio Maury del propio Papa León XIV se leyó en esta misa concelebrada por hasta doce jesuitas, la mayoría compañeros de Ignacio Maury allí donde tanto dio de sí mismo, el Colegio Mayor Loyola, al que tantos estuvimos vinculados en nuestra impetuosa juventud ya lejana.
Jaume Flaquer, teólogo jesuita; el padre López Azpitarte también de homenaje; el psicologo-jesuita Carlos Domínguez; el teólogo Juan Antonio Estrada reconocían en los corrillos la enorme influencia que en todos, un servidor incluido, ha tenido el ejemplo, la constancia y sobre todo la escucha amable y el aliento continuo de este jesuita que ya ha visto todo un siglo durante el que, con diecisiete años, decidió dejar su mansión de la Cuesta Gomérez (compartida con su primo el alcalde Manolo Sola) y marcharse a la aventura de la fé que le llevó a ser rector del Colegio del Palo, del colegio de Canarias, del Loyola o de la misma residencia de la Compañía de Jesús en la Gran Vía para hacer, desde hace unos años, una vida más retirada pero siempre activa en el confesionario o en las celebraciones de la eucaristía. La misma Kitty Biel Gleeson, abogada, me señaló que cumplía ese sábado casi veintinueve años desde que Ignacio Maury le casó justo en esa iglesia. Tempos fugit.
Antiguos alumnos del Loyola como el ingeniero Pepe Lavado entre muchos no dejaron de asistir para felicitar a ‘el Maury’, ese señor impecablemente vestido que sentado con bastón recibía este sábado felicitaciones con esa mirada serena que ha visto pasar a nueve Papas, tres reyes con República y caudillo incluidos, este caminador incansable de una ciudad que se conoce al dedillo, persona liberal-estoico conservador de las formas que a todos los que allí estuvimos nos dió su gesto, su escucha, su sabio consejo siempre en compañía de un Gran Amigo.
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