El papelón de Podemos en medio del guirigay pergeñado por los independentistas catalanes, está dejando meridianamente claro que se les había sobrevalorado. Y mucho. Serán profesores universitarios, pero no son intelectuales. Serán más de izquierdas que Lenin, pero no tienen sentido del estado. Serán muy progres, pero defienden y apoyan a los que reclaman una Cataluña independiente basándose en agravios dieciochescos e historietas medievales. Tanto ver Juego de Tronos les ha reblandecido las meninges. Serán marxistas, pero obvian que para Marx y Engels la clase obrera no tiene patria. Y en el caso catalán, quieren ser más catalanes que un caganer y no ven más allá de las Ramblas. Pero sufren en su alma indigenista y plañidera porque ven, al fondo, la estatua de Colón, el genocida que acabó con la Arcadia feliz de los indios americanos. Y sobre todas estas contradicciones, la mayor: no serán franquistas, pero invocan al dictador con tal frecuencia que si el general Franco resucitara se echarían felices a la calle como niños en el día de Reyes, buscando grises para que los persiguieran un ratito antes de volver a casa a subir la foto al Instagram y contarlo en Twitter.
La ambigüedad y la equidistancia no son buenos compañeros de viaje en momentos tan graves como los que estamos viviendo. Cogerse del brazo de alguien como Otegui deja claro quién eres y qué defiendes. Desgañitarse defendiendo la falacia de que votar no es delito obviando que la convocatoria del 1-O había sido anulada por el Tribunal Constitucional, demuestra que su tan cacareada apuesta por una democracia asamblearia sólo oculta el monolitismo totalitario del leninismo de siempre. Y luego, la manía de tachar de facha o franquista a todo el que piensa distinto. Dividen España entre una mayoría fascista y su grupito de demócratas que cantan La Internacional puño en alto y ven Juego de Tronos. Pues vaya.
Su simpleza empieza a ser homérica. El artículo 155 de la Constitución es inconstitucional porque lo dicen ellos y hay que dialogar con todo el mundo, o mejor, con quien ellos digan. Con los demás, no. Puede que alguna vez engañaran a alguien, o que la desesperación de la crisis y la corrupción les hicieran ganar cinco millones de votos. Pero a lo largo de estos días, además de muchos de esos votos, han perdido la dignidad, la vergüenza, y el sentido común que empiezo a pensar que nunca tuvieron.
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