La tribuna
Ser padres es equivocarse
Medio ambiente
Granada/EN las últimas semanas diversos fenómenos meteorológicos extremos han conmocionado al mundo. Elevadísimas temperaturas, sequías devastadoras, lluvias torrenciales e inundaciones sin precedentes en América, Europa y Asia, consecuencias del calentamiento global motivado por la quema de combustibles fósiles y otras actividades humanas.
Este calentamiento no afecta a todas las zonas por igual, en algunas, como el Ártico o el Mediterráneo, el incremento de las temperaturas se produce con más intensidad que la media. En el sureste español podemos dar fe de ello. En el mes de julio, Granada ha tenido varios días el honor de ser la capital andaluza y española que ha alcanzado una temperatura más elevada. Y no solo este año. Granada es la ciudad andaluza que ha sufrido un mayor aumento en su temperatura media desde que hay registros ¿por qué?
Al calentamiento global hay que sumar el efecto isla de calor que se origina en las ciudades, cuando el calor desprendido por los edificios, el asfalto, los aparatos de aire acondicionado y los motores de los vehículos queda atrapado por una cúpula de gases contaminantes y micropartículas que impiden que se disipe en la atmósfera. Y en Granada, la tercera ciudad más contaminada de España, la cúpula de gases contaminantes es una constante durante el verano, al igual que lo es la falta de viento. Si a esto le sumamos el déficit de zonas verdes, arbolado callejero y áreas con agua, resulta que en las ciudades y, en concreto, en nuestra capital, la temperatura durante el verano puede ser hasta cinco grados superior a la de los terrenos colindantes.
Atacando las causas del efecto isla de calor podríamos rebajar la temperatura de la ciudad. Bastaría con remodelar y restringir el tráfico privado, avanzar en la peatonalización y aumentar las zonas verdes y el arbolado. Fácil decirlo, pero difícil llevarlo a cabo en una ciudad y Área Metropolitana donde la conciencia ambiental es mínima. La boina de contaminantes sobre la ciudad y parte de la Vega dejó hace tiempo de ser noticia, como no lo es que nuestros ríos Genil, Monachil y Dílar sean, en muchos tramos, cauces secos sin árboles en sus riberas, vertederos de escombros, ramblas por donde transitan cabras y ovejas que devoran toda planta que encuentran a su paso. Tampoco importa demasiado que zonas del parque Periurbano o San Miguel Alto, quemadas hace años, sigan sin reforestar y se niegue cualquier tipo de ayuda a las ONG que intentan recuperarlos. Hace unos días un desconocido paraje de quejigos y encinas centenarias, a las puertas de la ciudad, sucumbió ante las llamas de un incendio provocado, sin que la mayoría de los ciudadanos y sus gobernantes supieran siquiera que existía.
Y necesitamos de forma urgente cambiar, tomar conciencia de que el problema del cambio climático es real, de que nuestra salud y vida están en riesgo. Hay que actuar para mitigar en lo que podamos sus efectos globales y también locales. Y una manera de hacerlo es aumentar la vegetación de nuestras ciudades. Porque las plantas no solo desprenden vapor de agua y disminuyen la temperatura del medio donde se encuentran, bajando el efecto isla de calor, sino que producen oxígeno, absorben los contaminantes, son el hogar de aves y multitud de invertebrados beneficiosos, y muy importante, mejoran nuestra salud física y mental.
Por ello, porque las plantas hacen de las ciudades unos lugares más saludables y habitables, desde hace años, muchas urbes han apostado por ser más verdes. Vitoria posee un enorme anillo arbolado que la rodea, praderas que cubren avenidas y hasta un arroyo de aguas claras que discurre por una de sus principales vías. Barcelona, Valencia y otras ciudades europeas han optado por renaturalizar los alcorques de los árboles, dejando crecer en ellos a las denominadas “malas hierbas”. En París, desde 2015, se promueve revegetalizar la ciudad y todo ciudadano puede convertirse en jardinero u horticultor en su barrio utilizando espacios públicos como fachadas, zonas ajardinadas, alcorques de los árboles,..., siempre que se haga responsable del mantenimiento de las plantas y éstas mejoren la estética del lugar. Además, la Unión Europea, con su normativa sobre Infraestructuras Verdes, urge a las autoridades regionales y locales a desarrollar planes para crear nuevos espacios verdes en zonas urbanas y periurbanas y a aumentar la calidad de los ya existentes.
¿Está Granada trabajando para mitigar las consecuencias del cambio climático y el efecto isla de calor? ¿Será la ciudad en unos años más verde y habitable, con unas temperaturas menos extremas durante el verano? Me temo que no.
Es cierto que la ciudad tiene zonas verdes como el espléndido Bosque de la Alhambra, varios parques y arbolado en muchas plazas, calles y avenidas pero, según la OMS, le faltan decenas de miles de árboles y muchos miles de metros cuadrados de zonas verdes para ser saludable.
Pero no es solo que nos falten árboles y zonas verdes, es que no cuidamos o destruimos lo que ya tenemos. En el Zaidín y en otras áreas de la ciudad se han cubierto de losas los espacios de algunas plazas destinados a zona verde y, en varios puntos de la capital, se han talado árboles sin autorización, simplemente, porque molestaban a alguien. En la remodelación de plazas y calles se talan árboles maduros y sanos, como ya hemos denunciado diversos colectivos, en lugar de conservarlos, ya que los nuevos plantados tardarán años en alcanzar el tamaño de los que se talan. En las obras de la calle Arabial, que ahora comienzan, el nuevo Consistorio dice que se trasplantarán en otro sitio los árboles sanos, pero en pleno verano y con temperaturas extremas, la supervivencia de estos árboles será nula. ¿Para cuándo una normativa que proteja los árboles de la ciudad?
Los servicios de jardinería de la capital están externalizados y algunas de las empresas que los realizan usan de forma indiscriminada herbicidas, glifosato casi siempre, para matar las ‘malas hierbas’ que crecen en los alcorques y zonas ajardinadas, dentro de la ciudad, pero también en arcenes, taludes y rotondas de su entorno. Las rotondas bajo la Ronda Sur, el Paseo de los Cameros, rotondas y taludes en la variante junto al Centro Nevada, los arcenes de la carretera de Pinos Genil y la de Sierra Nevada, áreas ajardinadas y rotondas de la zona Norte, son solo algunos ejemplos. En ellos, en plena primavera, se puede ver a operarios con sus monos blancos pulverizando sobre las plantas un veneno que contamina el suelo y las aguas subterráneas, que está prohibido ya en algunos países y lo será en la UE a finales del año 2022. Y no es necesario usarlo, pues desbrozando o escardando en las épocas adecuadas se consigue controlar las malas hierbas. Pero el glifosato es muy barato y con su uso se ahorran mano de obra y salarios. ¿Conocen y aprueban los técnicos y concejales del Ayuntamiento el uso de este herbicida que le quita a la ciudad miles de metros cuadrados de superficies verdes y se aplica, en muchas ocasiones, a escasos metros de las viviendas?
Estas mismas empresas u otras se encargan también del mantenimiento de las rotondas y medianas de las calles de la ciudad. ¿Conocen y aprueban los técnicos y concejales del Ayuntamiento la sustitución del césped, los árboles y arbustos de estos espacios por plástico verde, por césped artificial? De nuevo, en vez de sumar, se resta superficie verde. Al poner el césped plástico, no solo se eliminan las enormes ventajas de una cubierta vegetal, sino que estamos incluyendo en nuestro entorno un elemento que absorbe calor, que después emite al ambiente y que, además, es contaminante, pues el plástico se deteriora con el tiempo (hay que cambiarlo cada ocho o diez años) y forma microplásticos que van al aire, al agua y al interior de nuestro cuerpo.
¿Por qué poner plástico cuando hay plantas mediterráneas como romeros, lavandas, tomillos, lentiscos, olivos,... que se pueden usar y que tienen muy poco mantenimiento? ¿Es más estética una superficie plástica, aunque parezca césped, que una llena de plantas reales? Definitivamente, no. Pero el césped artificial es barato y de poco mantenimiento y, otra vez, las empresas y el Ayuntamiento ponen por delante el ahorro en salarios, a la salud y el medio ambiente. Sería muy largo nombrar aquí todas las zonas plastificadas de la ciudad, pero vayan algunos ejemplos: la más reciente, una rotonda de la Caleta, que además luce en el centro un horrible arbusto de plástico, las medianas de la Avenida Fernando de los Ríos, la Glorieta de la Aviación y su entorno, una rotonda junto el Puente Verde,... Y lo malo es que la moda del césped artificial se extiende como una mancha de aceite y ha llegado a Maracena, Otura, Alhendín, Salobreña y otros muchos pueblos que, orgullosos, nos reciben con glorietas cubiertas de plástico, como una tarjeta de presentación donde muestran su “modernidad” y nula conciencia ambiental.
¿Y qué decir de nuestro Metropolitano? ¿Incluía el diseño inicial césped natural entre las vías, como en Sevilla o Vitoria? Quizás, tras muchos años de obras y retrasos la empresa constructora cambió de opinión y pusieron plástico, que es más barato, no necesita mantenimiento y, además, es ‘verde’. Ahora, más de tres hectáreas de superficie plástica serpentean por la ciudad y su Área Metropolitana. Ahora, que desde la ONU y la Unión Europea se aconseja eliminar el uso de plástico no imprescindible, nuestra ciudad se llena de plástico, totalmente innecesario. ¿Incorporará también el proyecto de ampliación del Metropolitano granadino césped artificial entre sus vías? Espero que no. La Vega necesita llenarse de nuevo de choperas, no de plástico.
Granada y su área metropolitana necesitan con urgencia un plan, un proyecto consensuado entre todas las fuerzas políticas y ciudadanas, con fondos y partidas presupuestarias, que mejore la calidad del aire, disminuya el tráfico, peatonalice más calles, renaturalice los ríos y revegetalice calles y zonas carentes de vegetación, creando infraestructuras verdes de calidad.
Si no es así, nuestro futuro se asemejará al de los alumnos de las Escuelas del Ave María inmortalizados en una rotonda de la calle Cervantes: condenados a caminar sobre plástico, rodeados de contaminación y calor extremo.
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