Tribuna

Francisco núñez roldán

Historiador

Obediencia y disciplina social

Obediencia y disciplina social Obediencia y disciplina social

Obediencia y disciplina social

La decisión del Gobierno de aplicar el estado de alarma y su apelación a la disciplina social que exige el momento actual me ha hecho recordar que una de las normas fundamentales para la supervivencia de toda comunidad política ha sido históricamente la obediencia: de los vasallos a los señores feudales, de los súbditos a los reyes en los siglos pasados y de los ciudadanos a las leyes democráticas en el presente. Ha ocurrido igual en la historia de las instituciones religiosas. Constituida por hombres, la Iglesia católica cimentó su fortaleza institucional sobre la obediencia a Pedro y a sus sucesores. Cuando Lutero desobedeció, la unidad de la Cristiandad se rompió en dos mitades. Como respuesta ejemplar, la Compañía de Jesús, que surgió de aquel desorden, impuso como cuarto voto a sus miembros la obediencia al papa.

Así pues, comenzando por la familia y acabando en el Estado, no hay sociedad que pueda mantenerse y conservarse en el tiempo si alguno de sus miembros o su conjunto desobedece o fomenta entre los demás el espíritu de rebeldía a los principios básicos de la convivencia, la ley y el orden, sea éste teocrático, democrático o tiránico. Y, aunque sea verdad que las revoluciones políticas contra las tiranías no hubiesen sido posibles de no haberse producido como desencadenante previo una desobediencia al orden establecido, la desobediencia sólo produce disolución. La obediencia es, por consiguiente, una virtud que conviene practicar, observar y educar desde la infancia, tanto en el ámbito privado como público, con respecto a los padres, al Estado y a las instituciones democráticas.

Ocurre, sin embargo, que el uso de la palabra se ha asociado a instituciones eclesiásticas, burocráticas o militares necesariamente jerarquizadas, y en los últimos años, tras el mayo del 68, desacreditadas paradójicamente por aquellos que obedecían ciegamente las consignas del totalitarismo comunista de Moscú. La obediencia fue entendida desde entonces como represión, y lo es, pero puede serlo en sentido positivo. Por eso, el eufemismo que la sustituye, la disciplina social, sea más conveniente en el contexto actual de los acontecimientos, porque hace creer que quien disfruta la libertad es también responsable de su limitación, no siéndolo.

Al efecto, he leído estos días que China está combatiendo con éxito la epidemia del coronavirus gracias a dos factores: a la intervención de un sistema político que no da lugar al debate sobre qué hacer, sino que hace; y a la obediencia ciega de la población a los mandatos de ese poder omnímodo, sin el mínimo atisbo de opinión o protesta. No podía ser de otra manera porque se trata de una sociedad que, gracias a Confucio y a Mao, asumió histórica y culturalmente la obediencia como un valor de cohesión social superior a la libertad individual; una sociedad que jamás ha conocido la democracia liberal ¿Imagina el lector qué pasaría en Europa si dejáramos en manos de la opinión pública y acaso de la tertuliana la solución a una pandemia?

En efecto, como ha apuntado Fernando Arenzana, director del instituto Pasteur en Shanghái, el coronavirus se ha controlado allí "con unas medidas drásticas, excepcionales, impuestas por un régimen único" acatadas con rigor por la población. La duda que él mismo plantea es si ese control, el modelo chino, es posible implantarlo en Europa y en España. Aunque los hechos parecen contradecirlo, tiene razón. Porque trasplantar un modelo político-cultural es una tarea de siglos. En un régimen despótico - es decir, preilustrado-, la obediencia es, como dijo Kant, una limitación de la libertad. Y es en torno a la necesidad de su limitación en Europa para detener la pandemia a lo que se refiere el doctor Arenzana.

Sus dudas son las mías. Porque en un hipotético debate sobre si la libertad es superior a la salud pública o viceversa nos toparíamos con opiniones tertulianas y televisivas poco serias, y, también, con disparates. En modo alguno esas opiniones se sostendrían en términos democráticos porque, como el mismo Kant demostró en La paz perpetua, "la libertad significa la capacidad de obedecer sólo a las leyes que he consentido". Y en nuestro caso hemos consentido una Constitución que restringe ciertos derechos cuando la salud de todos está en riesgo. La libertad volverá en quince días o tal vez en un mes, pero volverá. Somos nosotros los privilegiados, no los chinos. Pero tanto ellos como nosotros pensamos que la desobediencia es perturbadora.

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