Un cura granadino se convierte en la esperanza de 9.000 hondureños
Solidaridad La historia de un eclesiástico que ha creado 17 centros educativos en América Latina
El padre Patricio, natural de Huéneja, ha creado 16 escuelas y apoya el desarrollo de miles de jóvenes pobres en la capital y en zonas rurales de Honduras desde hace 17 años
"Apoyar a la gente local para que ellos mismos ayuden a su gente a prepararse, formarse y salir de la pobreza", así resume su labor Patricio Larrosa, un sacerdote de Huéneja que dedica su vida a los pobres de Honduras a través de la Asociación Colaboración y Esfuerzo (Acoes), que creó él mismo a lo largo de sus 17 años en el país.
Llegó en 1992 para encargarse durante cinco años de una parroquia que agrupa varios barrios populares de Tegucigalpa. Ya no quiere volver. "Cuando llegué vi mucha necesidad, pero descubrí que había gente que quería hacer algo, jóvenes sobre todo. Y me atrajo la idea de que personas pobres quisiesen ayudar a otros pobres, porque eso es la finalidad de la religión, ayudar a vivir, especialmente a los más desfavorecidos, que puedan cambiar su realidad". Y se puso manos a la obra. Consiguió apoyo particular en España y empezó a sufragar los estudios de unos pocos jóvenes de la parroquia. Ahora se lo facilita a 9.000.
Honduras es el tercer país más pobre de América Latina, donde más del 60% de su población no tiene los recursos básicos para vivir. De ellos casi la mitad vive en la miseria absoluta. Aunque la educación es pública, tiene unos costos que esta gente no puede asumir: matrícula, uniforme, útiles y libros escolares y unas mensualidades mínimas para pagar el servicio de limpieza de cada escuela.
Frente a eso, el padre Patricio ha creado 16 centros educativos, entre preescolares y escuelas de Primaria y Secundaria, todas ellas reconocidas por la Secretaría de Educación y totalmente gratuitas, aunque "exclusivas" según bromea él mismo: "nosotros seleccionamos a la gente, vamos casa por casa y matriculamos a los más pobres, si alguien puede pagar no lo aceptamos". Además, en los centros se les da a los niños el desayuno y el almuerzo, pues para muchos son las únicas comidas que reciben al día.
Para el eclesiástico una de las causas de tanta necesidad es, además de la poca formación, la ausencia de solidaridad interna, que afecta desde las élites políticas y económicas hasta el hondureño más humilde. "Cuando la gente se prepara sale de la pobreza, pero no se trata de preparación para obtener títulos, sino para que ellos mismos apliquen sus conocimientos con los demás y los difundan".
Con este espíritu fundó los Centros de Capacitación Juveniles, pilar fundamental de Acoes, pues allí se reúnen diariamente más de cien jóvenes de diversas colonias marginales que gestionan todos los fondos recibidos y los canalizan en nuevos proyectos. A cambio de su gestión, se les pagan los estudios y reciben clases de refuerzo que imparten los más avanzados.
Es el caso de Dania Sandino, una joven de 19 años de la colonia San Isidro, una de las decenas de barrios humildes que invaden las montañas de Tegucigalpa a medida que sus pobladores emigraban desde el campo. Muchos de estos barrios no tienen acceso a servicios mínimos como atención médica o saneamiento público, la mayoría de las familias están desestructuradas y viven en el umbral de la pobreza y bajo el acecho de las Maras, como se denominan las bandas juveniles del crimen organizado.
Dania es la mayor de cinco hermanos y cuando tenía tres años ya asistió a uno de los preescolares auspiciado por Acoes. Y hace dos años, con 17, se involucró en los centros de capacitación juvenil. "Me acerqué por la voluntad de contribuir en mi comunidad, de poder ayudar a la gente. Y no se imaginan todo lo que aprendí y sigo aprendiendo. Me encanta", explica Dania y subraya que además ha sido una manera de romper con los vicios de su entorno: "si no hubiese entrado a lo mejor estaría ahora como mis amigas, embarazándome con un novio de la Mara". Ahora estudia Medicina por las mañanas y en las tardes va al Centro de Capacitación Juvenil desde donde echó a andar una escuelita infantil en La Isla, uno de los barrios más conflictivos de la ciudad.
La escuelita de la Isla es, como su nombre indica, un oasis en medio de la violencia y miseria capitalinas, pero el padre Patricio ha sembrado muchas más. En total lleva 25 proyectos estables de educación entre preescolares, colegios e institutos, escuelas de adultos, centros de capacitación, maestros en casa, atención a ancianos, pisos compartidos para alojar jóvenes que vienen a la universidad desde el interior y hasta una clínica de salud general y odontológica.
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