Colombinas

¿Por qué?

  • La terna de novilleros se estrelló ante un encierro de pocas posibilidades de lucir.

NO lo merecía la tarde. Ni los toreros ni el público ni Miranda y tampoco la feria. Y desde luego a estas alturas de la noche aún me sigo preguntando ese ¿por qué? ¿Debía ser así la cosa?.

¿Acaso la línea recta no es el camino más corto que merecen las cosas? ¿O es que el reglamentarismo de esta Fiesta no está para ser interpretado en la justa medida que lo merece un espectáculo?

O no es verdad que ayer ese reglamento que se aplicó frente a un toro manso, manso, manso, para mantenerlo en la plaza, no hubiera sido más sabio adaptarlo a un manso ilidiable, haberlo devuelto sobre la marcha y no dejar destrozarse el festejo entre la ineficacia y la poca lógica de dar un rodeo para llegar media hora después a la misma conclusión: lidiar el sobrero.

Con una novillada de lujo, un cartel precioso, una tarde en la que daba gloria ver el tendido, con lo que eso cuesta. ¿No era para haberse sentado encima del reglamento? ¿Y si era cuestión de reglamento, por qué perdió Miranda su sitio en la lidia?

No merecía la tarde eso. Ni mucho menos.

La novillada de Cayetano Muñoz entusiasmó por su presencia, pero lamentablemente rompió a mala, y de eso no tiene culpa nadie. Son cosas del toro.

Y un solo toro fue el que necesitó David de Miranda para plantar sus reales en la apuesta de triunfo de la tarde. A por todas se fue el torero. No se planteaba otra cosa que triunfar porque a la plaza de Huelva se vino toda esa legión de seguidores que andan viviendo momentos dulces alrededor de su torero.

Y éste respondió. Generoso, valiente y con un par de narices para dejarse llegar muy cerca al de Cayetano Muñoz.

Porque el de Trigueros vino a quedarse quieto, y así se quedó, en el platillo de la plaza, con las zapatillas enterradas en la montera, después de haberse liado a los alamares del vestío de torear la aparente bravura del burraco cuando lo citó de largo con el capote a la espalda.

Miranda tenía la imagen fija de un triunfo sonado. Era La Merced, su tarde, su tierra y una temporada que se eleva cada tarde más y más. Le corrió con gusto la mano el de Trigueros, sin otra obsesión que ligar un muletazo tras otro y rematar en esa largura y tersura de la muleta en la despaciosidad de los de pecho.

Después, irremediablemente, el novillo se fue apagando como una lamparita y el novillero echó mano de las bernardinas en uno de esos personales finales de faena. Valentía y una faena que contó con un estoconazo de mucha verdad en su ejecución.

El pasaje del manso quinto sólo sirvió para desbaratar un festejo que desde luego tenía otros mimbres más importantes.

Carreras, sustos, y el tendido con un cabreo de aúpa.

Se pasaportó al utrero para las mulillas con mucho trabajo y se anunció mediante carteles la lidia del sobrero en séptimo lugar.

No fue el propicio para brillar. Sin clase, áspero y de poca raza. El de Trigueros, por encima de él, se empleó al límite de lo posible y logró la oreja que realmente le llevó después a la salida por la Puerta Grande.

Posiblemente ya la había ganado sin necesidad de sobrero, sólo por mantener la entereza y la dignidad en una pantomima absurda de lidia, ante un manso ilidiable, propiciada por la más absurda interpretación del reglamento.

De sus dos compañeros de terna cabe nombrar la disposición del más joven del cartel, el peruano Roca Rey, quien a pesar de un lote descastado, sin cosas de bravo dentro, se inventó dos faenas llenas de convicción por buscar el triunfo.

Estuvo sobrado y valiente con su primero, un novillo con la cara alta, duro, áspero y sin entrega al que lidió impecable con el capote. Y controló con soltura la lidia del sexto, un novillo imposible para el triunfo. Soso, mortecino y aburrido.

Buena impresión deja el torero de José Antonio Campuzano en esta plaza. Ya es mucho, después del mediocre juego de la novillada.

Y lo mismo que se estrellaron sus compañeros, idéntico trance tuvo que pasar Lama de Góngora, quien al menos tuvo, en las arrancadas del cuarto de la tarde, lo más dulce que ofreció el conjunto de Cayetano Muñoz. Aunque duró poco. Tan poquito fue, que apenas tres tandas de muletazos, el sevillano ya estaba en terrenos de tablas intentado poner a tostar aquello que no hervía por ningún lado.

Su primero, fue un novillo venido a menos y con él, Lama no pudo hacer otra cosa que vender el poco pescao que le quedaba en el costo, al filo de las tablas.

No puede irse en esta crónica ese trabajo de brega difícil pero efectiva de dos torerazos como son Manolo Contreras y Carretero. Gente que saben de qué va esto y que ayer estuvieron cumbres en la brega.

En resumen, los toreros muy por encima de una deslucida novillada y las circunstancias absurdas del poco pensar.

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