Mar adentro

milena Rodríguez Gutiérrez

Salir, entrar

DICEN que han abierto de par en par la isla de Cuba para todo el mundo; quiero decir, para todos los cubanos. Los de allá dentro y los de acá afuera. Dicen que desde ahora y para siempre ya no serán necesarios esos permisos gubernamentales humillantes para entrar o salir, ni los pagos de tasas oprobiosas, ni las preguntas angustiadas sobre si seremos bienvenidos en nuestro país los de fuera, o autorizados a irse por un rato -corto o largo-, los de dentro.

Dicen que a partir de ahora están abiertas todas las puertas, y también las ventanas, los candados, las rejas. Que podremos pasar sin ser molestados por cualquier rendija, por cualquier agujero, por cualquier abertura que encontremos, y entrar o salir despreocupadamente, como quien se va de excusión al campo o a un paseo a la playa con sus mejores amigos.

Dicen que a partir de ahora entrar o salir de la isla va ser realmente para los cubanos una fiesta innombrable. Y que ya no importará que haya trabazón en el espacio aéreo. Que todos podremos movernos tranquilamente, cuando queramos, de un lado para otro, de acá para allá, de allá para acá. Que allá y acá van a estar tan cerca que casi podremos tocarnos, que no importará de qué lado te encuentres. Y que, muy pronto, nadie recordará lo que eran las balsas o los permisos de residencia en el extranjero. Y que se pondrán de moda entre los cubanos los patines, las carrozas decimonónicas, las alas de pájaros, las naves espaciales.

Dicen que no importará lo que uno piense, lo que uno diga, en qué trabaje, lo que desee que ocurra mañana. Que llegar y partir volverán a ser verbos corrientes, que se dirán con naturalidad, sin connotaciones raras ni dobles sentidos. Que serán palabras sin vibraciones extralingüísticas, sin la capacidad actual para producir risas extrañas o frecuentes lágrimas. Dicen que los niños en las escuelas cubanas escribirán otra vez oraciones hasta ahora prohibidas, oraciones tabúes, como "No sé si mi padre volverá"; "Tengo ganas de partir mañana".

Dicen que la isla de Cuba se ha abierto de par en par para todos los cubanos. Que ya no hace falta preguntar dónde está la llave, quién la tiene, qué hay que hacer para que te la presten un ratico. Y que ha llegado el momento de entrar y salir sin zozobras; y de celebrarlo, de tomarse un ron, de bailar una guaracha, de arrollar en una conga.

Dice, dicen, dicen... Y, de verdad, me gustaría creérmelo.

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