Mar adentro

milena Rodríguez Gutiérrez

Ex zapatos papales

EL Papa Francisco, el nuevo, el latinoamericano, el argentino, va descalzo. O, al menos, no usa zapatos rojos. Tampoco lleva la sotana ni el Cristo de oro y casi no utiliza el papamóvil. La Iglesia católica se re-forma, se convierte en moderna, o popular, o americana. Puede que sea sólo cuestión de formas. Puede -es probable, muy probable- que en el fondo todo siga siendo igual. Pero una agradece el cambio. Sí, las formas importan, significan, influyen en el humor.

Los viejos zapatos del Papa antiguo, o emérito, los zapatos rojos despapados del antiguo pontífice, han venido a parar a Granada. (Granada, ya se sabe, es esa ciudad donde se guarda todo aquello que ya no tiene utilidad, o que ha quedado viejo, caduco, o que alguien quiere conservar y no encuentra dónde poner).

Granada, por supuesto, cómo iba a ser de otro modo, ha abierto sus puertas a los zapatos del ex Papa. En el Museo de la Casa de los Pisa (¿qué mejor lugar para unos zapatos que uno nombrado Pisa?), llamado también Museo de la Casa de San Juan de Dios, están los viejos zapatos ratzingereanos, juntos a los otros, aún más antiguos, de Benedicto XV. Se trata de un museo de recuerdos papales, que guarda objetos de Pío X, Pío XII y Pablo VI, de León XIII y Pío IX. Pañuelos, solideos, sotanas, babuchas; ponga un cachito de Papa en su vida, anuncia el museo.

Los zapatos del ex Papa están en un atril y son la novedad de hoy. Dicen que son contemplados todo el tiempo por el público, y que hay colas larguísimas (¿quién es el último para los zapatos del Papa?, preguntarían en Cuba); no paran de llegar visitantes a mirar los zapatos. Benedicto XVI se ha vuelto algo así como la Cenicienta y sus zapatos sin nadie son un fetiche para contemplar y analizar un día y otro. ¿Crecerá un nuevo Papa en estos zapatos?, se preguntan algunos; ¿tendré yo el mismo número que el suyo?, dicen otros.

¡Qué pesada y feudal esta vieja España, esta vieja Granada! Llena de reliquias inútiles y fofas que para nada sirven, pero que nadie quiere botar. Ciudad-almacén, ciudad-cuarto de desahogo; llena de cositas y objetos y tonterías y caprichos de miles y miles de Papas, o reyes, o marqueses o condes, frente a las que todos se inclinan todo el tiempo. Incluso aunque el Papa, el rey, el marqués o el conde no esté dentro de ellas.

No creo que vaya a ver los zapatos rojos del viejo Papa. Si se trata de elegir zapatos, prefiero los del Corte Inglés.

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