Mar adentro

milena Rodríguez / gutiérrez

Transición

NO, no vivía en España cuando sucedió. Tampoco tengo edad para haberla entendido plenamente de haber estado aquí a finales de los 70. Pero debe haber sido apasionante ver cambiar un país desde la dictadura a la democracia; vivirlo en sus calles, contribuir de algún modo.

Muchos cubanos admiramos y envidiamos el proceso de la transición española, con todos los defectos o limitaciones que haya podido tener. Y nos preguntamos a menudo dónde están nuestro Adolfo Suárez, nuestro Santiago Carrillo, nuestro rey Juan Carlos. ¿Existirán, andarán escondidos por alguna parte? No es, no puede ser fácil, cambiar las circunstancias que han imperado en un país durante 40 años. Pero tiene que haber sido emocionante haber podido cantar entonces "Para la libertad", "L'Estaca" o "Libertad sin ira". (En Cuba, por cierto, se escuchó a Serrat y el poema de Miguel Hernández, pero nada se supo, ni entonces ni después, de Jarcha o de Lluis Llach). Y escribir palabras como diálogo, pacto, reconciliación, en lugar de odio, mentira, enfrentamiento sin límites. Decir verdades en lugar de verdad; crear leyes para todos, al margen del sexo, la identidad, la ideología, y disfrutar de un derecho que hoy aquí parece insignificante pero que valoramos mucho los que venimos de donde no es posible: la libertad de expresión; poder decir y escribir lo que se piensa, o poder manifestarse en las calles defendiendo las ideas en las que se cree.

Pienso que a pesar de todos los peros son muchos los españoles que estiman y respetan la figura y la obra de Adolfo Suárez, uno de los principales protagonistas de la transición. Como valoran muchos, también, esa importantísima etapa histórica. Eran numerosos los ciudadanos anónimos que hacían cola para darle su adiós a Suárez en el Congreso de los Diputados. Son también unos cuantos los que están reclamando a los políticos españoles de hoy algo de su talante o de los rasgos que lo distinguieron: diálogo, pacto, carisma, honradez.

Después de varios homenajes, llega quizás el más importante, el Funeral de Estado. Y es lamentable la imagen que transmite el gobierno: enterramos una parte brillante de nuestra historia, parece decirnos, y aquí les ofrecemos el funeral que hemos podido organizar. Oficia la ceremonia el señor arzobispo de Madrid Rouco Varela. Como invitado especial, contamos con un único jefe de Estado, Teodoro Obiang, dictador de Guinea Ecuatorial.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios