¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
HACE unas semanas que desde este diario me brindaron la oportunidad de entrar en sus casas cada martes alterno. Con el nuevo año quisiera dedicar la columna de hoy a explicarme y agradecer. Agradecer a este diario la opción de ejercer con libertad mis opiniones, por desgracia estamos comprobando que algunos no desean tal libertad.
Agradecer a mis maestros y profesores de los Hermanos Maristas, a todos, la formación y educación que me dieron. En particular a don Antonio Navarra Sevilla por sus redacciones de los viernes y sus clases de lengua y literatura. Elegí una licenciatura de ciencias, más no tengo miedo al folio en blanco y considero absurda la división ciencias o letras. Esta columna y mis opiniones beben de continuo de aquellas primigenias clases de literatura. Agradecer a mis padres todas las puntadas, todos los trajes y chaquetas que tuvieron que confeccionar en los difíciles años setenta y ochenta para que su hijo tuviera unos estudios. Esta columna se denomina Cajón de Sastre como homenaje a mi padre, un sastre granadino, fallecido recién había acabado yo mi licenciatura y cuya única herencia, nada menos, fueron los estudios que me pagó y la pasión por su tierra (y su equipo de fútbol).
Y les explico el dolor con el que contemplo como en este país se habla de educación como la panacea de todo, como la salvación de todo y no es posible que se llegue nunca a un acuerdo en leyes educativas. Soy hijo de un artesano manual, un trabajo casi extinto, que gracias a la educación ha prosperado; gracias al trabajo de mis padres, gracias a una beca pública de investigación y por supuesto gracias al estudio y al trabajo. Nada es gratis.
Agradecer a todos mis profesores de la UGR, primero a los de ciencias biológicas y más tarde los de sociología y políticas, la visión del mundo que me dieron. Primero como alumno, luego como becario de investigación y ahora como profesor intento hacerla mejor, más grande, más libre, más universal. Y les explico el dolor que me produce que se corroa el sistema público; más no por aquellos que apuestan por lo privado pues en su legítimo derecho están, sino por aquellos que desde lo público nada hacen por mejorarlo, creyéndose poseedores de unos derechos vitalicios y malgastando el dinero de los impuestos de todos.
A todos los lectores les agradezco que hayan llegado hasta aquí, en mis cuitas personales. Solo una vez. Y siempre: Vale.
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