Mar adentro

milena Rodríguez / gutiérrez

Puerta nueva

EL pasado fin de semana estuve en la Alhambra. En la Cripta del Palacio de Carlos V y bajo el título Álvaro Siza Vieira. Visiones de la Alhambra, el Patronato ha organizado una interesante exposición para explicar y mostrar a través de planos, dibujos, maquetas y audiovisuales, cómo será la relevante obra que emprenderá en los próximos años, la Puerta Nueva, el nuevo acceso al monumento, que incluye un centro de acogida de visitantes y, también, terraza, servicio de consigna, restaurante o cafetería. Se trata de un proyecto de los prestigiosos arquitectos Siza y Juan Domingo Santos. Un proyecto ganador del concurso de ideas celebrado hace ya casi cinco años, en 2010, premiado por un jurado integrado por especialistas de solvencia reconocida. Los distintos materiales de la exposición permiten al visitante intuir una muy vistosa y también sobria propuesta, muy moderna pero también respetuosa con el entorno y la tradición del monumento, que parece integrarse con coherencia dentro del paisaje alhambreño.

Distintas voces se han levantado en esta extraña ciudad de Granada, en 2015, para cuestionar este proyecto por distintas razones, o quizás, por muy escasas razones. (Tal vez merezca la pena subrayar que se trata de la misma ciudad en la que constantemente se toman decisiones públicas sin ningún tipo de concurso y sin que nadie las cuestione). Probablemente el argumento más peregrino de oposición a la Puerta Nueva lo haya esgrimido el alcalde de Granada, quien ha calificado el proyecto de "disparate". Se queja el alcalde, que siempre tiene reservas y reproches hacia la Alhambra, de que esta obra "lo único que busca es hacer un gran sitio donde montar unos grandes negocios que recojan todos los visitantes y se les saque todo el dinero posible y no vengan a Granada".

Para el alcalde de la ciudad, la Alhambra parece ser algo así como una amante que continuamente intenta robarle el marido a Granada, la esposa legítima de cualquier turista. Para él, un viajero no es más que un turista a esta ciudad pegado. Por eso, nada mejor que afearle a la amante cualquier "deshonesto" intento de seducción. ¿Para qué esmerarse en atraer a los turistas con los proyectos y propuestas de la propia ciudad? Es mucho más cómodo, y fácil, romperle a la querida, en un descuido, su vestido nuevo; o esconderle el maquillaje; o incluso, empujarla, si se puede, para que caiga por la colina.

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