Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
QUIZÁS sea cierto que el verano siempre nos retrae a la infancia. Puede que sea por tener más tiempo libre y entonces nuestra memoria flota hacia el pasado; quizás sea porque el calor nos vuelve inactivos y nos transporta hacia el tiempo remoto. O quizás, simplemente, sea por haberlo leído ya tantas veces y admitirlo como una de esas verdades implantadas en nuestra memoria colectiva. De nuevo lo estoy leyendo, dirá usted estimado lector, en este cuarto martes de un agosto que nos regala sus interminables horas sin gobierno ni oposición, ni trenes, ni metropolitano, ni nada que parezca remover a esta ciudad. Pareciera que nada importara ni nada estuviera pendiente en ella. Agua estancada llena de suspiros, la calificaron con poesía. No nos tomemos prisas.
Mas dejemos el presente inmóvil y volvamos a esa edad en que no nos preocupaba si había gobierno pues, sin saberlo, sabíamos que los que tomaban las decisiones eran infalibles y, además, nos querían. Allí estaban nuestros abuelos y abuelas, los padres, nuestros tíos y tías, nuestros primos mayores y hasta los vecinos de la playa o del camping que nos vigilaban y tomaban las sabias decisiones para que agosto transcurriera en el orden debido que marcaba su tiempo. Ese tiempo que nos arrastra hacia extrañas alianzas entre lo que permanece en la mente y lo que puede convertirse con certeza en olvido.
En tiempos antiguos se grababa el nombre en piedra como intento de luchar contra la negligencia de la memoria humana, pero en ocasiones hay objetos simples y frágiles que perduran en la memoria y que anclan en la mente a una persona. Se llamaba Ascensión, para todos era "Chuchi". Ella amaba las plantas y sus flores, las cuidaba, las regaba con cariño en los agostos calurosos donde yo pasé muchos veranos, era parte de aquel gobierno que mandaba en mi infancia. Contaba los jazmines que recogía cada noche y con los que elaboraba hermosas y olorosísimas moñas con las que adornaba su pelo y el de mi hermana. Se la llevó el tiempo, quizás demasiado pronto, y me dejó en la memoria el aroma de los jazmines como un jalón imborrable de su presencia. Cada noche de verano, cuando recuento las flores de mi pequeño jazmín, ella viene a mi memoria y con ella la fugaz fragancia de la infancia. Sí, el verano siempre nos arrastra a la infancia. Vale.
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