Milena Rodríguez

La poesía como residuo

Mayores, a menudo muy mayores, las poetas (y a veces también los poetas) ganan premios. Premios que merecían desde mucho tiempo antes. Pero mejor tarde que nunca, por supuesto. Después del Reina Sofía en 2015, Ida Vitale (Uruguay, 1923) acaba de obtener el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca. Una vez más coinciden ambos galardones. En 2011 obtuvo el Lorca Fina García Marruz (Cuba, 1923) quien, ese mismo año, había obtenido el Reina Sofía. Y en 2006 a Blanca Varela (Perú, 1926) le fue concedido el Lorca, mientras en 2007 recibía también el Reina Sofía. Tres grandísimas poetas latinoamericanas doblemente premiadas por los galardones más relevantes de poesía que se conceden en España.

Ni Varela ni García Marruz pudieron viajar a Granada para recoger sus premios. Ida Vitale, sin embargo, con sus vitalísimos 92 años (quien la escuche leer sus poemas podría pensar que no tiene más de 25), ha declarado que sí, que ella vendrá.

Ida Vitale pertenece a esa generación que en Uruguay se conoce como la generación del 45, en la que encontramos escritores como Mario Benedetti, Idea Vilariño o Amanda Berenguer, esta última escasamente conocida en España. Pero Ida Vitale se incluye también dentro de una portentosa genealogía de mujeres poetas uruguayas, que inician María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou. Y a la que se suman voces como las de Vilariño y Berenguer, o como Marosa di Giorgio o Cristina Peri Rossi.

Exiliada desde los años 70, Ida Vitale ha vivido muchos años fuera de su país de nacimiento, en México o en Estados Unidos, donde ha escrito gran parte de su obra. Es heredera también, así, de Lautréamont, el raro uruguayo autor de los Cantos de Maldoror, quien ha sido visto por ciertos críticos, como Carlos Pellegrino, como el padre cuasi extranjero de la tradición poética de Uruguay.Pero habría que hablar de la poesía de Ida Vitale. Y mencionar sus libros, entre los que se encuentran títulos tan hermosos como La luz de esta memoria (1949), Cada uno en su noche (1960), Oídor andante (1972), Sueños de la constancia (1988), o Procura de lo imposible (1998), Reducción del infinito (2002), o Trema (2005).

Pero, sobre todo, habría que acercarse a los espléndidos poemas de Ida Vitale. Y, por ejemplo, merodear alrededor de su poética, que aparece en los versos de Vórtice, esos que describen (seguro que esa no es la palabra más adecuada, pero ¿cuál usar?) la relación del poeta con la hoja en blanco, con esa hoja vacía de papel que parece imperioso llenar; versos donde leemos: "La hoja en blanco / atrae como la tragedia / traspasa como la precisión, / traga como el pantano, / te traduce como hace la trivialidad, / te engaña como solo tú mismo puedes hacerlo". O, también, podríamos intentar practicar, o estar abiertos, a sus sugerentes Sumas, que quieren romper con lo obvio, con lo esperado, como suele hacer la buena poesía: "Uno más uno, decimos. Y pensamos: / una manzana, / un vaso más un vaso, / siempre cosas iguales". Para hacernos entonces su propuesta otra, diferente: "Qué cambio cuando / uno más uno sea un puritano / más un gamelán, / un jazmín más un árabe, / una monja y un acantilado, / un canto y una máscara (…) la esperanza de alguien / más el sueño de otro". O, acaso, sería acertado atender lo que nos dice en su Cultura del palimpsesto, que denuncia (esa palabra tampoco es la idónea) nuestra cultura humana de borrar, de borrar una y otra vez, y, a menudo, lo más importante: "Todo aquí es palimpsesto, / pasión del palimpsesto: / a la deriva, / borrar lo poco hecho, / empezar de la nada, / afirmar la deriva, / mirarse entre la nada acrecentada, / velar lo venenoso, / matar lo saludable, / escribir delirantes historias para náufragos".

Es difícil elegir, pero si fuera necesario, si no quedara otra alternativa, quizás me quedaría con las preguntas de Vitale, con su no saber desde la sabiduría poética, con su falta de certezas, incluso sobre la propia poesía, como esa que aparece en Residua donde la poesía es solo eso, o casi solo eso, el residuo que casi se evapora, que casi no es: "De la memoria sólo sube / un vago polvo y un perfume. / ¿Acaso sea la poesía?".

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