POR las mismas fechas en que el tráfico del centro de Granada se colapsaba en un tórrido día de agosto con los colegios vacíos y la mitad del personal de vacaciones, el concejal responsable del colapso o del tráfico que viene a ser lo mismo, se atrevía a poner en cuestión el carril bici de Sevilla porque, según él, molesta a los peatones.

Y descubría finalmente ese porqué, la razón por la que el Ayuntamiento granadino ha pasado a la historia como el único del mundo que, en lugar de construir carriles bicis, los destruye. Era, simplemente, para no parecerse a Sevilla y que no pensara nadie que el alcalde pudiera tener veleidades sevillanas, como Enrique IV de Castilla tenía afición por lo moruno que, en estas cosas del terruño hay que andarse con ojo y tener siempre a mano el agravio comparativo, sobre todo contra Sevilla que es del enemigo, aunque ya hubo un tiempo que también se hizo con los malagueños y no crean que aquello fue una tontería.

Cuentan, como ejemplo ilustrativo de ese odio radicado en el otro que en una visita a Granada, Franco se dirigió a los granadinos diciendo: ¡malagueños todos! y que en aquel descuido traicionero se hunden las atávicas claves del despegue de Málaga frente a la adormecida molicie de aquellos dirigentes granadinos de tiempos del caudillo que algunos de los de ahora, estoy seguro, recordarán con filial ternura.

La verdad es que lo han conseguido y Granada no se parece en nada a Sevilla, al menos en lo del carril bici y en lo de conseguir colapsos de tráfico hasta en agosto, aunque yo creo que en este caso se les ha ido la mano en el argumento, porque la bici en Sevilla soporta un 30 por ciento del tráfico de la ciudad y sirve, entre otras cosas, para evitar que se tapone el centro hasta en verano y no digo yo que no haya ciclistas idiotas y peatones gruñones, pero más lógico es pensar que más molestan los coches que las bicicletas.

En todo caso, igual puede proponer este imaginativo alcalde que se hagan carriles bicis subterráneos y así dejarán de molestar a unos peatones que, por aprovechar el tirón, pueden ir en el famoso teleférico hasta sus chalecitos en el nuevo pantano sobre el Darro antes de que Granada se inunde.

De dulce, va a quedar de dulce.

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