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Corazón, hígado y estómago, tres claves del voto

  • Los expertos tienen claro que detrás de la papeleta existen motivaciones personales más relacionadas con nuestras necesidades y miedos vitales que con repentinos impulsos patrióticos

Corazón, hígado y estómago, tres claves del voto

Corazón, hígado y estómago, tres claves del voto

En España votar está bien visto. Lo consideramos como un acto cívico que contribuye al bienestar general. ¿Esa es la única razón por la que acudimos a las urnas? Los expertos tienen claro que detrás de la papeleta existen motivaciones personales más relacionadas con nuestras necesidades y miedos vitales que con repentinos impulsos patrióticos. El consultor Santiago Nieto afirma que el elector vota por tres elementos físicos muy marcados: corazón, hígado y estómago.

Vamos a votar mayoritariamente, sí, pero somos perezosos para decidirnos por un candidato o partido. Ese momento lo dejamos para última hora. Hay quienes llegan al colegio electoral sin tenerlo claro, por eso el día de las votaciones los partidos no pueden bajar la guardia. Cabría preguntarse entonces si las campañas electorales tienen sentido, o al menos para qué sirven.

Las elecciones no son concursos de méritos. No siempre ganan aquellos candidatos con mayor capacidad, y se debe en parte a que las emociones pesan más que la razón y que a somos bastante más irracionales de lo que creemos o cabría suponer.

No obstante, está más de demostrado que las campañas electorales bien planteadas dan buenos resultados, mientras que aquéllas sin criterio pueden conducir al desastre. Las campañas tienen como objetivo fidelizar el voto duro y, en la medida de lo posible, persuadir al resto de los electores a que se abstengan e incluso cambien su voto en favor propio. Esto último puntúa doble, ya que se consigue sumar un voto y restarle otro al adversario. Por tanto, una campaña electoral es un movimiento estratégico orientado a que la participación y la no participación electoral jueguen en favor propio y penalicen al contrario.

Y en la estrategia que deben ejecutar los partidos para pescar los votos de los suyos y del contrario entran en juego las razones por las que los electores toman su decisión. Los ciudadanos acuden a las urnas motivadas por su ideología, la afinidad hacia un partido político, la predilección por un programa de gobierno, la influencia que puedan ejercer los medios de comunicación y las redes sociales, así como otros elementos de la campaña que puedan resultar persuasivos.

La política es un problema de sentimientos, por eso los candidatos cada vez más huyen de los mítines con banderitas y se tiran a los mercados, a bailar en fiestas populares y a participar en programas de infoentretenimiento en la televisión. Los profesionales orientan las encuestas cuantitativas y cualitativas para trabajar en detalle determinados aspectos del candidato, sobre todo el más importante: su credibilidad.

Los programas electorales suelen ser muy parecidos, de ahí que Santiago Nieto conceda tanta importancia al valor diferencial que aporta el candidato: “en la era de internet, si a alguien se le ocurre algo muy original los demás se lo copian en cuestión de horas. Lo importante es quien lo dice”.

En países con corta historia electoral y una democracia no institucionalizada importan más los candidatos que los partidos políticos. También en sistemas políticos presidencialistas, como es el caso de Estados Unidos. En España, sin embargo, los partidos aportan un plus que relativiza la importancia del candidato. En determinadas circunstancias, como las elecciones de 2011 que otorgaron la mayoría absoluta al Partido Popular, el CIS puso de manifiesto que las simpatías al PP superaban a las del candidato Mariano Rajoy. Por tanto, no es aventurado afirmar que una buena sintonía con el partido es una baza a favor del candidato que aspire a gobernar.

Los nuevos partidos políticos necesitan, sin embargo, liderazgos fuertes, como Pablo Iglesias y de Albert Rivera. La ausencia de una historia que legitime el proyecto precisa de candidatos carismáticos sobre los que poner el foco.

Cuando me caes mal

La experiencia de Santiago Nieto como consultor le lleva a afirmar que, si un candidato nos cae mal, simplemente no lo votamos, ya puede ser el político más eficiente del mundo o haber elaborado un programa electoral sin precedentes. “El votante indeciso elige orientado por el corazón; tiene sentimientos hacia el candidato, y esos sentimientos, positivos o negativos, le mueven a votar de una determinada manera”, afirma Nieto.

Muchos candidatos hacen de ser una buena persona su punto más fuerte. Tras el buenismo se esconde una estratégica adoptada y desarrollada por profesionales, que a su vez trabajan con datos. En el lado contrario, otros políticos han construido su imagen sobre un carácter agrio y desagradable, imponiendo el temor y la persecución internas. Estas personas no pueden usar este eje en su campaña, y lo más aconsejable sería que no fueran candidatos ni formaran parte de listas electorales para no perjudicar al conjunto de la candidatura.

Mientras que el corazón ayuda a apoyar a aquella persona que nos cae bien, el hígado nos lleva directamente a votar en contra de alguien. Todos los candidatos tienen una parte negativa, y los equipos deben cuantificar el movimiento electoral producen esos sentimientos de rechazo. Puede ser contra el candidato directamente o contra las políticas sociales y económicas que desarrolle. A lo largo de su trayectoria, Nieto ha visto perder a “buenos alcaldes que hicieron una gran obra, pero no supieron comunicar sentimientos de solidaridad con la gente”. Y esto ocurre porque “los electores no eligen gerentes, sino líderes que les expresan sentimientos”.

Votamos para que los gobernantes satisfagan nuestras necesidades y solucionen nuestros problemas. Pero las necesidades son insaciables: mientras más tenemos, más exigentes nos volvemos. Sabiendo que votamos con el estómago, los candidatos priorizan esas necesidades, que no siempre tienen que ver con cuestiones de primera necesidad como el empleo o vivienda, ni grandes transformaciones urbanísticas. El ocio, la tranquilidad y un entorno amable forman parte de las aspiraciones del ciudadano de hoy y de los sueños que también nos empujan a votar.

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