PRISCILLA | CRÍTICA

Coppola no logra sacar a Priscilla de la sombra de Elvis

Los intérpretes Cailee Spaeny y Jacob Elordi.

Los intérpretes Cailee Spaeny y Jacob Elordi. / D. S.

En casi todas las listas de los mejores cantantes masculinos del siglo XX, los muy distintos Sinatra y Elvis suelen ocupar el primer y segundo puesto. Sinatra fue un crooner swing en su etapa de vocalista de la orquesta de Harry James y como solista revistió sus mejores discos de jazz gracias a los arreglos de Nelson Riddle, Don Costa, Billy May o Quincy Jones. Elvis era, más que un rockero puro, un rockabilly que en una asombrosa evolución dada su corta vida -murió en 1977 a los 42 años- creó un estilo propio, basado en los registros de su prodigiosa voz que le permitía moverse con idéntica seguridad en el rock, el country, el blues, el góspel y la balada. Era grande incluso cuando, hinchado por los abusos y convertido en una caricatura por los horteras atuendos, el cine -que no le hizo justicia en la ficción: no encontró, como después los Beatles, un Richard Lester que filmara lo que representó- lo mostró en los largometrajes documentales Elvis: That’s the WayIt Is (sus actuaciones en Las Vegas en el verano del 70), Elvis on Tour (su gira de abril del 72), Aloha from Hawai (1973, primer concierto retransmitido vía satélite que tuvo una audiencia 1500 millones de espectadores) y Elvis in Concert (sus penúltimos conciertos en Omaha y Rapid City en 1977, estrenado tras su muerte).

Viene todo a cuento de que Elvis, por quien Sofia Coppola no parece sentir mucho afecto, fue un genio de la música. Lo digo por si ignora su grandeza quien vea esta película que no trata de su música, sino de su tortuosa relación con Priscilla, iniciada en 1959 cuando ella tenía 14 años y él 24, oficializada cuando se casaron en 1967 y rota en 1973. No era fácil ser la esposa del ídolo que en privado era un hombre lleno de inseguridades que le condujeron al destructivo consumo de fármacos, manipulado por su agente el coronel Parker, asediado por las fans e infiel. Priscilla tuvo una breve e irregular carrera televisiva y cinematográfica tras la muerte de él. En 1982 abrió al público Graceland, la mansión de Elvis, que se convirtió en la casa más visitada de Estados Unidos tras la Casa Blanca. En 1985 publicó el libro de memorias Elvis y yo. El cine le ha dado un lugar secundario en Elvis (1979, telefilme de John Carpenter) y Elvis (2022, Luhrmann), tratándola como coprotagonista en Elvis and Me (Peerce, 1988) por tratarse de la adaptación del si libro en el que en gran media también se basa Sofía Coppola. Es decir, la vida de Priscilla, antes y después de su divorcio y de la muerte de Elvis, es indisociable, como esta película demuestra quizás contra su intención de darle relieve a ella, de la personalidad en vida y de la sombra o la leyenda en muerte de Presley.

La (en mi opinión) sobrevalorada Sofía Coppola siente una evidente antipatía hacia el cantante y una igualmente evidente simpatía hacía la mujer sobre la que pesó no solo la gloria de Elvis, sino el carácter del señor Presley y el difuso y desequilibrado mundo en el que vivió, al que ella nunca se adaptó (si es que era posible hacerlo). Dado que el cantante prácticamente no existe en la película, despojado de lo que hizo, hace y hará la grandeza del personaje, solo queda la persona. Y lo que se refleja es lo peor de ella, que no es poco. Coppola ha recreado una Priscilla a la imagen de sus intereses. La niña virgen suicida, perdida en Memphis o Maria Antonieta en Graceland, llámenlo como quieran, este biopic de Priscilla y Elvis está por completo dentro de los parámetros argumentales y/o ideológicos de Sofia Coppola, pero sin la fuerza dramática de algunas secuencias (solo algunas) de Las vírgenes suicidas o Lost in Traslation y la brillantez visual de (la insoportable) María Antonieta, que era mucho más pop que esta película. 

Coppola insiste en su tema recurrente de la relación paterno filial, amistosa o amorosa, entre mujeres muy jóvenes y hombres mayores que ellas, y en el de la mujer perdida en un mundo que la deslumbra, oprime y supera a la vez. Pero desperdicia o no quiere usar el look fascinante del Versalles hortera del mundo de Presley y no da fuerza dramática a la relación de la pareja, quizás por el retrato unidimensional que hace de Elvis, cuando un planteamiento dramático eficaz requiere fuerza en los dos antagonistas. Quiere ser dura, incluso más de lo que Priscilla lo fue en su libro o en sus muchas declaraciones posteriores sobre Elvis, pero no lo logra más que en contadas ocasiones. No quiere ser un biopic convencional, pero acaba siéndolo. Quiere centrarse en ella, pero empieza cuando conoce a Elvis y termina cuando lo deja. Si se quiere fantasear, esta Priscilla tiene algo de decepcionada Cenicienta después de su boda con el príncipe o incluso de Vértigo -por la construcción manipuladora del personaje en que Elvis la convirtió- con una Judy abandonada y engañada por Scottie.

Los valores mayores de la película son la fotografía de Philippe Le Sourd -que renuncia al colorín del universo Elvis y de la época para prolongar los tonos sombríos de The Beguiled, su anterior colaboración con Coppola- y la interpretación de Cailee Spaeny, que lucha denodadamente por dar contenido y dramatismo a un personaje no bien desarrollado por la directora. Al poner el foco sobre ella, Coppola no ha logrado sacar a Priscilla de la sombra de Elvis.

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