Pequeñas casualidades | Crítica

La cuádruple vida de Julia

Lou de Laâge en una de las cuatro versiones de su personaje en el filme.

Lou de Laâge en una de las cuatro versiones de su personaje en el filme.

Tal vez recuerden aquella Doble vida de Verónica del polaco Kieslowski donde Irène Jacob interpretaba a dos versiones de una misma mujer de vida y padecimientos desdoblados entre Varsovia y París en un experimento que tenía más de lírico y existencial que de mero juego narrativo.

Para la Julia (Lou de Laâge) de estas Pequeñas casualidades dos vidas son pocas, no en vano estamos en tiempos del multiverso, y los guionistas Camille y Olivier Treiner deciden ofrecerle hasta cuatro diferentes, las que se bifurcan en cada una de las (no tan) pequeñas decisiones o accidentes en distintos periodos de su existencia.

Narrada desde la vejez autoconsciente y sanadora del personaje, la película atraviesa décadas y especula con esas distintas versiones de Julia a partir de un viaje estudiantil de juventud al recién caído muro de Berlín, un encuentro romántico en una librería, un matrimonio y una familia truncados, un accidente de motocicleta o una carrera pianística de éxito que también pudo no haber sido tras un concurso fallido.

Lanzada a su propia y caprichosa lógica narrativa en transiciones facilonas, Pequeñas casualidades insiste demasiado en su idea algo pueril y efectista de la predeterminación y el azar sobre las bases del melodrama como género catalizador de posibilidades a la postre limitadas. Al fin y al cabo, la moraleja del filme se queda siempre con la versión más sensata, conservadora y políticamente correcta del personaje como unidad de destino.