Pobres criaturas | Crítica

La manzana mecánica

Emma Stone, 'Nueva Eva' en proceso de re-aprendizaje en 'Pobres criaturas'.

Emma Stone, 'Nueva Eva' en proceso de re-aprendizaje en 'Pobres criaturas'.

No se le podrá negar al griego Lanthimos (Canino, Langosta, La favorita) el haber entendido y asimilado a la perfección el marco de los tiempos. Por un lado, ese feminismo de nuevo cuño capaz de desentrañar desde dentro y con las armas del propio sistema el viejo discurso patriarcal en aras de una impugnación y una reeducación generales. Por otro, ese otro marco del sistema-cine que, de unos años a esta parte, permite perfectamente extravagantes propuestas de autor en el seno de los grandes estudios y las grandes estrellas como cuota marginal del big money que cotiza por igual en la esfera de los festivales, los Oscar, los paneles críticos o las listas de Letterboxd.

A partir de la novela (1992) de Alasdair Gray, Pobres criaturas viene a ocupar así el lugar destacado de la temporada de una operación cruzada donde los excesos expresionistas y barrocos de su forma, su tono de fábula satírica y excéntrica y su mensaje político, llevado en su tramo final mucho más allá del discurso de género para ocupar también el espacio de la clase, la raza y, si me apuran, la especie, se agitan en una vistosa coctelera que, en el fondo, atenúa cualquier verdadero sentido de la transgresión o la provocación (a estas alturas) en aras del espectáculo singular y autoconsciente con mensaje empoderado.

Distanciada del presente y revestida de elementos de la mitología y la iconografía frankenstenianas, esta nueva Eva madre e hija a la vez que encarna una generosa y danzarina Emma Stone atraviesa pantallas y escenarios hipertrofiados para forjar ante los ojos del espectador a esa virginal figura femenina capaz de superar y redimir en su trayecto y su aprendizaje todos los siglos de sometimiento para apuntar a la utopía definitiva de un nuevo y regenerador relato fundacional.

Entre planos aberrantes y caprichosos gestos de puesta en escena de reminiscencias kubrickianas, el protagonismo de la dirección de arte y músicas disonantes y extrañadoras, haciendo de la sexualidad y lo explícito sus armas de reconquista, ridiculizando al hombre en la deformidad, la violencia o el patetismo, la conquista de Bella es, o quisiera ser, esa doble conquista del audiovisual contemporáneo: la del relato abanderado del signo correcto de los tiempos y la de la estética genialoide como viejo sello de prestigio y distinción.