Los lentos | Crítica

Bienaventurados los lentos

  • Errata naturae publica Los lentos, ensayo del historiador Laurent Vidal donde se glosa un fenómeno consustancial a la Era Moderna: la resistencia social a la mecanización y ordenación cronométrica de la vida

Charles Chaplin en una escena de 'Tiempos Modernos' (1936)

Charles Chaplin en una escena de 'Tiempos Modernos' (1936)

Los lentos es un sucinto estudio, de carácter foucaultiano, donde se consigna la resistencia de la sociedad al creciente ordenamiento “cronométrico” del trabajo, característico del mundo moderno. El subtítulo de la edición francesa es muy explícito a este respecto: Résister à la modernité, Xve-XXe siècle. Resistirse a la Modernidad, en el medio milienio que va, por ejemplo, desde el descubrimiento de América a nuestros días. Quedan fuera, pues, del presente ensayo, tanto las causas culturales y los condicionamientos varios que alumbran la modernidad (ahora veremos algunos), como las consecuencias últimas de dicho proceso, donde la lentitud, en su sentido más trivial y humano, parece haber quedado abolida por la urgencia ficticia de las redes sociales.

En el trasvase del agro al burgo ávido y estrepitoso, la pereza adquirirá un matiz económico

Decimos que Los lentos es un ensayo foucaultiano, puesto que atiende, principalmente, al proceso de coerción y resistencia con que se ahorma una población lógicamente indócil, y cuya expresión más infausta será, como sabemos, el esclavismo moderno. No se atiende, sin embargo, a los procesos previos, que explican la creciente mecanización del trabajo, vinculado estrechamente al crecimiento urbano. Esto es, vinculado al vasto proceso de migración, del campo a la ciudad, que halló su razón primera en la inestabilidad climática y en los estragos bélicos del XVI-XVIII. Es en ese trasvase del agro al burgo ávido y estrepitoso, donde la pereza, pecado capital, adquirirá un distinto relieve, de matiz económico. Vidal cita, en este sentido, a Sebastian Brant y La nave de los necios (1494); siendo lo cierto que los necios de Brant son expresión viva, con grabados de Durero, de aquellos mendigos errantes, que se contaron por miles, y que afligieron a las ciudades europeas de aquella hora. Según recuerda Bataillon, Felipe II prohibió que se obligara a tales mendigos errantes a trabajar, como se propuso en alguna capital de Flandes, en nombre de un concepto también religioso: el libre albedrío. También pudiéramos recordar la contabilidad por partida doble, invención de Luca Pacioli; así como de la ciencia perspectiva, y sus principios geométricos, que rigoriza el pintor Piero della Francesca, cuya muerte, el 12 de octubre de 1492, coincide con la llegada al Nuevo Mundo de Cristóbal Colón.

A este respecto, Vidal recuerda que todos los procesos de modernización, entonces en marcha, encontrarán una imagen proverbial de la pereza y la indolencia en los habitantes del Nuevo Mundo. Añadamos también que encontrarían una imagen arcádica, en consonancia, no solo con los reinos de Jauja citados por Vidal, que se hallan en estrecho lazo con la fantasía desmesurada, espléndida y carnavalesca de Rabelais, sino con las utopías, no excesivamente laboriosas, que arbitrarán Moro y Campanella. Cuando llegue la Nueva Atlántida de Bacon, estaremos ya ante una utopía estamental, organizada industrialmente. Esto es, ante una utopía un tanto distópica. Recordemos, por iguales motivos, que fue a través de las denuncias de cronistas imperiales como Pedro Mártir de Anglería, o de frailes venidos de ultramar, cual el dominico Las Casas, como se estatuirá el derecho de gentes de Francisco de Victoria, y en consecuencia, las bases irrecusables de un derecho universal, con que se abre otro aspecto esencial del mundo moderno.

Son páginas excelentes, por otro lado, las que Vidal dedica a elucidar las formas en que los desfavorecidos y oprimidos de la industria americana del XIX, crean una vía sincopada de liberación, fundamentada en la música: el tango, la cumbia, la rumba, el jazz, el blues, el ragtime...; y cómo dichas músicas, y los bailes y ritos que se le asocian, serán absorbidos y adaptados en el Viejo Mundo. Son todas estos modos de resistencia, de la música a la huelga, la inacción o el sabotaje, las que Vidal enumera, brevemente y con claridad, en su obra. A veces, esta resistencia de “los lentos” vendrá atribuida a una diferencia entre razas, de carácter científico, en la que el hombre blanco sobresaldrá por su puntualidad y eficiencia. A veces, dicho obstáculo será una mera oposición a la horma cronométrica, al tiempo inhumano de las máquinas, cuya más exacta y benévola expresión bien pudiera ser, en el siglo del vapor y las masas, la ciudad-jardín de Ebenezer Howard.

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