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Una espera de 64 años

  • Brasil, el país del fútbol, inicia una gran fiesta para ponerle el cierre histórico al 'Maracanazo' ante Uruguay

Tres generaciones, quizás cuatro, y siempre la misma historia: el dolor y la vergüenza de un Brasil incapaz de ganar el Mundial de fútbol en casa cuando lo tenía en sus manos. A partir de hoy, ese dolor y esa vergüenza dan paso a la esperanza. Han sido demasiados años, 64, y la Copa del Mundo le ofrece al gigante sudamericano una inmejorable posibilidad de revancha, un cierre histórico al Maracanazo.

Aunque la historia es mejor aún, porque incluye a un Lionel Messi que necesita ganar el Mundial con Argentina para ponerse a la altura de Pelé y Diego Maradona. Es el mejor jugador del mundo, sí, incluso con el bache de juego de los últimos meses, pero es también un futbolista que necesita revestirse de épica para comenzar a tornarse leyenda.

Y si a ese panorama se le suma la España que busca un inédito cuarto gran título consecutivo, la Alemania más brasileña de la historia, una Italia siempre temible, un Uruguay con historia viva y un Cristiano Ronaldo obsesionado con ser el mejor, al cóctel de 32 días de fútbol que se extenderán hasta el 13 de julio sólo le faltaría jugarse en el escenario ideal.

Brasil lo es. En el "país del fútbol", un Mundial es más que un Mundial. "Los ingleses inventaron el fútbol, pero nosotros lo transformamos en un deporte más emocionante", sintetizó Ronaldo, bicampeón del mundo con Brasil, durante una entrevista con la agencia dpa.

Ronaldo, tan preciso hablando como frente a la portería en sus tiempos de jugador. Las emociones sobrarán, porque Brasil es un país apasionado por el fútbol, pero también un lugar en el que muchas cosas no funcionan ni funcionarán. Es el Mundial que millones quieren aprovechar para darle resonancia planetaria a la creciente protesta social.

Es posible que, a las cinco de la tarde de hoy, el estadio en el que se medirán Brasil y Croacia no esté terminado, y es seguro que el caos de tráfico se apoderará de ciudades como Río de Janeiro y Sao Paulo durante el torneo.

Pero si los brasileños no dejaron de ser quienes siempre fueron, el fútbol debería ser lo más importante en el mes que se inicia hoy. Son pentacampeones del mundo. Ahora quieren el hexa apoyándose en el potente motivador que es Luiz Felipe Scolari y en el talento de Neymar.

Sueños de un Mundial en el que faltarán grandes jugadores como Zlatan Ibrahimovic y Franck Ribery, pero que contará con los ocho países que se llevaron el título en las 19 ediciones anteriores. Una Copa del Mundo que las siete veces que se jugó en América frustró a los equipos europeos.

64 partidos repartidos en 12 sedes de un torneo que se jugará en el húmedo verano del nordeste y Manaos y en el frío de Curitiba y Porto Alegre. Moverse en auto entre sedes implica horas y días de viaje, por eso Brasil 2014 es también el Mundial del avión.

Y el de la tecnología, el primero en jugarse con un Detector Automático de Goles (DAG), que, de haber existido en 1966, quizás hubiese dejado sin título a Inglaterra.

"Tengan cuidado de no lastimarse, ¡por el amor de Dios!", imploró Scolari esta semana al ver cómo Neymar se retorcía de dolor tras un lance con un compañero. Justificada alarma de Felipao, que si en el camino al título de Corea-Japón 2002 se dedicó a motivar a sus jugadores con frases sacadas del conocido libro El Arte de la Guerra, escrito durante el siglo IV antes de Cristo por el chino Sun Tzu, esta vez buscará nuevos trucos.

No puede volver a suceder lo de 1950, cuando Brasil tuvo su primer título mundial a sólo 11 minutos de distancia. La seleçao debía sostener el empate para celebrar. No pudo, y aquella distancia de 11 minutos se transformó en un abismo de 33.634.080 minutos, los que habrán pasado entre el 16 de julio de 1950 y la posible final del 13 de julio de 2014.

Aquel Uruguay 2, Brasil 1 se jugó en el Maracaná, un escenario que ya no es para 200.000 personas, sino para poco más de 70.000, y con el que no se es injusto si se dice que perdió alma y personalidad con la remodelación.

A las selecciones les da igual, porque todas quieren estar en la final en ese estadio que en las noches frescas del final del otoño en Río se ilumina en su anillo superior de verde y amarillo. Vicente del Bosque, el seleccionador de la España que defiende el título, tiene un mensaje que permite entender todo lo que está en juego. Se lo dijo a sus jugadores en la final de Sudáfrica 2010. "No somos soldados, no estamos aquí para buscar pelea. Somos jugadores, gente joven y talentosa. Podemos jugar buen fútbol y lograr algo juntos".

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