Lucas Macías y la OCG | Crítica

Cantes antiguos del flamenco en la noche granadina

Lucas Macías dirige a la Orquesta Ciudad de Granada

Lucas Macías dirige a la Orquesta Ciudad de Granada / Antonio L. Juárez / Photographerssports

Lucas Macías debuta en el Festival de Granada al frente de la Orquesta Ciudad de Granada, una orquesta que ya siente como suya y con la que espera seguir trabajando por mucho tiempo. El director, que no ha tenido un año fácil, compagina su actividad con la de oboísta profesional; precisamente este instrumento, al que lleva entregado más de treinta años, fue el medio de expresión con el que despidió recientemente a su mujer, recientemente fallecida. Apenas un mes después un profesional decidido y de gran entereza se puso al frente de la OCG para regalar al público del Festival una velada sinfónica de excepción.

El concierto se abrió con Albaicín, de la Suite Iberia de Isaac Albéniz en la versión para orquesta que escribiera a finales del siglo XX el compositor granadino Francisco Guerrero. Con esta primera obra Lucas Macías ha querido rendir homenaje a la Granada que con tanto entusiasmo le ha acogido al frente de la OCG, y al mismo tiempo al marco incomparable del Festival en la que se interpretó la pieza. Bien conocida ya por la OCG y por el público granadino, esta página orquestal sirvió para templar atriles y demostrar la versatilidad y empaste tímbrico de una OCG que en esta ocasión se encontraba reforzada por los estudiantes de la Joven Academia OCG.

Le siguió en el programa Cantes antiguos en el flamenco, obra de Mauricio Sotelo de la que se escuchará su estreno absoluto, al ser una obra encargo del Festival. Terminada hace unas semanas, la obra repasa los palos del flamenco con el habitual estilo integrador pero alejado del rancio nacionalismo que despliega Sotelo. Se trata de una visita a un mundo de emociones y referencias estéticas que el compositor conoció de la mano de Enrique Morente, pero que transmuta dentro de su lenguaje personal y vanguardista. El título de la obra hace referencia al primer disco de Morente que él conoció, y en cierto modo es un homenaje al cantaor y compositor, que en palabras del propio autor fue determinante en un momento de su carrera para motivar un cambio en su lenguaje.

Para esta obra Mauricio Sotelo buscaba una voz honda, grave, que pudiera expresar lo jondo del flamenco que pretendía glosar. Sin embargo, la elección de la plantilla orquestal le persuadió a olvidar esta primera opción, y sustituyó la parte solista por el timbre de la viola, de voz tersa, grave, cantabile, lo que la hacía perfecta para la idea que tenía. Por otra parte, ocupó también un lugar preferente al frente de la orquesta el cajón, un instrumento de percusión flamenco relativamente reciente que Sotelo ha utilizado en varias de sus obras (como en la ópera El público, de 2015). La orquesta, con un importante peso sobre las cuerdas frotadas, se completa con una prolija sección de vientos, timbales, dos percusionistas y arpa.

La obra se desarrolla en un solo movimiento, que va evolucionando por los distintos palos que articulan sus nueve partes, pudiendo reconocerse las seguidillas, las alegrías, la soleá o las bulerías, entre otros. Tabea Zimmermann, la violista dedicataria de esta obra, desplegó una habilidad y expresividad muy oportunas para la pieza, arropada en todo momento por una OCG expandida que brilló con una riqueza de colores excepcional. La partitura, variada y amena en su concepción y compleja en su desarrollo motívico, requiere un equilibrio preciosista entre las distintas secciones orquestales, que en distintos momentos cobran protagonismo, y la solista, cuya parte sostiene gran parte de la fuerza expresiva de la obra. La precisión técnica de Zimmermann y el hábil sentido del balance de Macías hicieron de la interpretación de Cantes antiguos en el flamenco uno de los momentos claves de la velada, augurándole a esta obra una trayectoria digna de su calidad y originalidad.

La segunda parte se dedicó por entero a la interpretación del Don Quixote de Richard Strauss, diez variaciones fantasía orquestales sobre un tema caballeresco. Estas variaciones no siempre son perceptibles, pues a menudo se basan en elementos constructivos tales como la armonía o el timbre, y no solo en la melodía. Sin duda, es una de las piezas más líricas y hermosas para orquesta del autor, inspirada en el Don Quijote de Cervantes, y en muchos aspectos un ejemplo de inspiración y virtuosismo en la producción de Strauss, gran orquestador, hecho que se hacen evidentes en esta partitura. Esta cualidad le sirvió a Lucas Macías para extraer de la OCG todo un despliegue de colores tímbricos y juegos motívicos que elevaron la interpretación a la categoría de excepcional. La narración se centró en el violonchelo de Jean-Guihen Queyras, que da voz al caballero andante, y en la viola de Tabea Zimmermann, que encarna a Sancho Panza. La rica orquesta, reforzada en los vientos y en la percusión, además de la utilización del arpa, sirvió para representar elementos descriptivos, tales como los molinos de viento o el vuelo de Clavileño.

Tras el brillante final de la obra el público asistente en el Palacio de Carlos V se puso en pie para ovacionar prolongadamente al conjunto y los solistas, obligándoles a salir varias veces a saludar, y dando oportunidad al Lucas Macías de congraciarse por el buen trabajo de la formación que dirige desde hace dos temporadas. Con esta interpretación excepcional del Don Quixote de Strauss director y orquesta, junto con los dos solistas de excepción, pusieron el broche de oro a una velada en la que los cantos del pasado se unieron al arte del presente.

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