Granada

Laurie Lee, brigadista en Almuñécar

  • El escritor británico relató en varios libros sus vivencias durante los años treinta y cincuenta en Almuñécar y Granada Lee luchó en la guerra civil española junto a sus compañeros anarquistas

HACIA 1935, en las vísperas de la victoria del Frente Popular, llegaba el poeta británico Laurie Lee (Glad, 1914-1997) a la localidad costera de Almuñécar. Inglés de clase media, hombre sensible, afable, amigo de sus amigos, se dedicó desde muy joven a la literatura, en su localidad natal de Glad, cerca de Gales, y posteriormente en Londres. Había iniciado su viaje en A Coruña e iba recorriendo los pueblos y ciudades de la Península con su violín y sus versos. Partió desde Inglaterra una mañana de verano, tras los pasos de muchos de sus antecesores viajeros románticos. Pero él era un neorromántico, el representante de esta corriente literaria que también se vertió y tuvo su reflejo en una peculiar prosa poética. Sidra con Rosie es una de sus obras, de obligada lectura en los colegios británicos. "Es un poeta en la línea de Dylan Thomas", dice el profesor Juan Antonio Díaz, especialista en el escritor. Llegó a España atraído por la búsqueda de la esencia romántica del siglo XIX. "Con poco dinero y su violín, se ganaba la vida en su viaje con las monedas que le proporcionaba la música", relata Díaz. El músico ambulante recaló vía Gibraltar, parada obligada de todo viajero británico que se precie, en Almuñécar, que pasará a llamarse 'Castillo', tal y como aparece en el libro Cuando partí una mañana de verano. "Laurie Lee ocultó muchos de los nombres, tanto de los lugares como de los protagonistas y personajes descritos en el libro, porque podrían haber sido objeto de persecución por el franquismo", explica Juan Antonio Díaz. "No quería que el franquismo tomara represalias contra la gente que citaba", añade el especialista.

En 'Castillo' encuentra trabajo en un hotel, "que estaba situado en la mitad del actual Paseo del Altillo". En aquella época existían dos hoteles en Almuñécar, uno de ellos regentado por el suizo Herr Brandt. Lee describe cómo el edificio se encontraba muy deteriorado, con las paredes descascarilladas y afectadas por los 'golpes de mar', y es que las olas entraban por las ventanas. Brandt encontró en Laurie Lee al perfecto 'manitas' que se encargó de solventar los desperfectos y animar con su música las cenas de los huéspedes. Se alojó en una de las habitaciones situadas en el ático, donde tenía como vecino al judío llamado en el libro Don Jacobo. Lee, entre otras cosas, describe a 'Castillo' como un paraje gris similar al de cualquier pueblo inglés, de calles empinadas y vasto pavimento, y con una plaza que es "una granja empedrada". Aprecia dos formas de vida del campesinado almuñequero, "la caña de azúcar y la pesca en alta mar". Las mujeres dice que lucen arrugas como cicatrices del desierto y poseen cuerpos gordos; los hombres, delgados como pájaros y siempre fumando hojas de árboles secos; las mujeres jóvenes, trabajan en su mayoría al servicio de las familias ricas. Describe a los sexitanos como "gente fatalista, de conversaciones oblicuas y con una conversación cuajada de proverbios. Algunos de estos dichos los recoge en su libro, como "los cuernos son visibles para todos menos para quien los lleva" o "el que duerme con perros amanece con pulgas".

Uno de los capítulos más interesantes del primer libro dedicado a España de Laurie se refiere al que relata el ambiente tras la victoria del Frente Popular, con 'Castillo' dividido por la mitad, con dos bandos totalmente separados, uno de ellos a la espera de acontecimientos, del golpe militar. Llegó a decir que las tardes, cuando estalla la contienda que le sorprende en Almuñécar, llegaron a tener "un color metálico". Laurie Lee fue repatriado junto a los demás miembros de la colonia inglesa gracias a la Royal Navy. El barco atracó frente a la costa sexitana y recogió a Lee, quien coincidió en aquel viaje con otro expatriado, su paisano Gerald Brenan.

Lee regresa a España a tomar partido por los anarquistas, experiencia que recogió en el libro Un momento de guerra (1986), un título bajo sospecha y discutido por sus compatriotas de las Brigadas Internacionales. Durante su participación en la guerra civil como miliciano anarquista, a Lee le desaparecieron todos sus papeles, archivo, notas y fotografías, el trabajo de campo para escribir un libro. Aquella desaparición le supuso no publicar sus vivencias en la contienda hasta la celebración de su cincuenta aniversario en 1986, en pleno aluvión de publicaciones sobre la guerra civil española. Sus compatriotas brigadistas lo acusaron de impostor, de falsedad, de haberse inventado toda aquella aventura. Hace menos de un año los polémicos y desaparecidos documentos, las notas de guerra de Laurie Lee aparecieron y fueron exhibidas en una muestra celebrada en la British Library, una iniciativa que silencia las críticas y ataques recibidos.

El poeta romántico no pudo resistir su amor por España y especialmente a Granada y Almuñécar y decidió volver en 1952, con el resultado en forma del libro Una rosa para el invierno. Dedica en este título una mayor atención a sus peripecias en Granada capital, a unas navidades en las que es testigo de las celebraciones locales, como la Toma e incluso se permite sondear e iniciar una primera investigación, la tercera después de Brenan y Claude Couffon, sobre el asesinato de García Lorca. Considera a Granada como "probablemente la más hermosa e inquietante de todas las ciudades españolas; un paraíso africano bajo las sierras como una rosa resguardada en la nieve". Se aloja en un hostal de la calle Alhóndiga, pero es pródigo en menciones y demás detalles sobre la Casa de la Paz, una de aquellas viejos locales de comida casera existentes junto a la Catedral, y que fuera regentada por Don Porfino y atendida por camareras llamadas Trini y Concha. Su relato, aunque cargado de retórica romántica y preciosismo literario, da en el centro de la diana a la hora de describir la idiosincrasia granadina y el síndrome del paraíso perdido. "Los herederos de Granada (la del pasado nazarí), incluso los de hoy no se sienten como en casa y se sienten dominados por el espíritu del Islam", escribió Lee. Los granadinos "habitan una atmósfera que los llena de asombro, una mezcla de celos y de orgullo". Una de las grandes aportaciones de Laurie Lee en Una rosa para el invierno es su acertada definición del carácter granadino, más conocido por la tópica malafollá: "Son conocidos en toda Andalucía como gente aparte, maldita, con formas de actuar que los reduce a veces a una melancolía asesina". La presencia de la celebración de la Toma solo le conduce a denunciar la "purga" realizada por los Reyes Católicos y la masacre y persecución de los nazaríes, de "aquellos contaminados". La ciudad todavía se hace eco de la pasión de los días en que moros y cristianos lucharon por 'La Tierra de la Luz', "pero los tiempos han cambiado y el pueblo de Granada se cuenta entre los más bendecidos de España… por lo menos ahora puede ser bastante optimista de que la persona que comparte las tapas contigo por la noche seguirá estando en el desayuno", escribió.

El palacio de la Alhambra es menos decadente y descompuesto de lo que fue, pero los contornos de sus fuentes todavía evocan imágenes de los "reyes pastores, las niñas en pantalones y poetas pastores". "Los callejones estrechos y los altos muros del Albaicín, también rico y mejor conservado , dan la impresión de que la gente del pueblo se atrincheró contra la inmensidad del paisaje andaluz, al igual que un asedio a un tren de camellos", relataba el británico. "La mitad del país es montaña y desierto", escribió Lee en un artículo sobre España para la revista Mademoiselle, "lo sabe un clima salvaje, grandiosos cielos atormentados y paisajes de distancia y silencio interminable. Pero dentro de las paredes brillantes de sus ciudades y pueblos se ha desarrollado un ritual gregario y extrovertido sobre la vida en la que hay unos pocos extranjeros y una exigua soledad. "

La antigua Granada parecía apelar al sentimiento de Laurie Lee sobre la vida en el campo: "El clima está tan preparado para la muerte como para el nacimiento", dice en 'Una rosa para el invierno "Y en Granada, en el bruñido, brillante, la maligna atmosfera nunca se sorprende al encontrar muerto por la mañana, el amigo con el que se paseó y se bebió la noche anterior", relató.

El escritor destaca la pobreza de las calles granadinas de los años cincuenta, una ciudad por la que se pasea el silencio sobre la muerte de García Lorca. Lee consigue localizar a través de un amigo del régimen a un tal José B., alto cargo en el Ayuntamiento de Granada. Con grandes dificultades y mucho secretismo consiguió unas palabras sobre el asesinato del poeta, que solo sirvieron por parte de los testigos del régimen franquista para justificar que la muerte de Lorca no se produjo por causas políticas. Lee no se lo tragó, y en su libro señalará que Federico era rojo, admirado por la milicia, alabado por los pobres y sus poemas eran cantados por los ejércitos antifascistas. "Pueden existir unas excusas perennes, pero la culpa de la muerte de Lorca es de Granada", concluyó.

La historia de Laurie Lee está unida en amistad a la de Ian Gibson, y por la casualidad a Juan Antonio Díaz, uno de sus estudiosos en España. La de Juan Antonio se produce por las casualidades. El padre de su mejor amigo inglés era el escritor Sean Treacy, propietario del pub The Queen's Elm, en el centro londinense, el punto de encuentro de los intelectuales británicos en los años sesenta y setenta, frecuentado por Laurie Lee. Es el mismo novelista Sean Treacy el encargado a la muerte de Lee, en 1997, de dedicarle su merecido homenaje. A su vez, Treacy e Ian Gibson eran amigos, y ahí se cierra el círculo. El británico escritor neorromántico no se casó con Rosie, la protagonista de su novela, sino con la bellísima francesa Khaty, con quien tuvo a su única hija.

La localidad de Almuñécar, su añorado 'Castillo' le rindió el pasado año un merecido homenaje al dedicarle un monumento en su recuerdo, junto al mar, en el mismo espacio en el que alabó la belleza de la hoy llamada Costa Tropical.

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