La Rayuela

El cheque en blanco de Marifrán

  • El contador se pone a cero para la nueva alcaldesa. Ya no vale nada de lo anterior, porque ahora es la destinataria de una nueva oportunidad que los votantes han dado al PP en esta ciudad

Marifrán Carazo, en la sede del PP durante la noche electoral

Marifrán Carazo, en la sede del PP durante la noche electoral / Antonio L. Juárez / Photographerssports

Han pasado ya siete años desde aquel 13 de abril en que los telediarios del país abrieron sus noticias con la imagen del alcalde de Granada detenido y conducido al coche policial por un grupo de agentes que lo tapaban con cartones. Aquel día no marcó sólo un antes y un después en la vida de José Torres Hurtado y la del resto de personas de su entorno que han sido investigadas en alguna de las piezas judiciales del caso Nazarí. También fue un gran punto de inflexión en la historia de esta ciudad, de sus gobiernos y de su gobernabilidad.

Hasta aquel día de 2016, el PP gozaba de una supremacía electoral más o menos abultada, en función del mandato concreto, pero que no se había visto interrumpida desde 2003. Trece años de poder que en algunas etapas fue mucho, pero mucho poder, por las amplias mayorías absolutas obtenidas por Torres Hurtado. Lo que el dirigente de la derecha hizo con ese caudal de confianza ciudadana durante tanto tiempo es algo que se juzgará mejor con el paso del tiempo.Desde su salida del Ayuntamiento de Granada el exalcalde ha permanecido apartado de los focos en todo este tiempo -salvo cuando ha tenido que ir a juicio-, pero ayer volvió para estar presente en la investidura de Marifrán Carazo. Una comparecencia cargada de simbolismo que pocos de los presentes pasaron por alto. 

Aquel 2016 fue un momento clave para la política granadina porque marcó el inicio de otra etapa que ha estado cargada de inestabilidad. Por mucho que el alcalde ahora saliente, el socialista Paco Cuenca, insista siempre en que sus dos etapas como regidor (de 2016 a 2019 y de 2021 hasta ayer) han supuesto el final de los “líos” y la llegada de la estabilidad, lo evidente es que durante estos años ni siquiera él ha contado con una mayoría clara que le permitiera gobernar con cierta soltura para asumir proyectos importantes con la agilidad necesaria.

No ha habido un mandato continuo sin que a medio camino se haya producido un vuelco y un cambio de alcalde y de gobierno. Las culpas se pueden repartir. La fragmentación política, fruto de un tiempo de aparición de nuevos partidos que aglutinaron las nuevas ilusiones de los ciudadanos, ha resultado más un problema que una solución, por las dificultades de entendimiento y la enorme diversidad de intereses. Los desacuerdos han llegado a veces desde los propios grupos municipales, que en ocasiones se han llegado a desintegrar, con cada concejal por su lado. Y ahí es donde aparece la otra parte de culpa, que es de los propios políticos y sus partidos.

La disolución del gobierno bipartito entre PP y Cs hace dos años y aquella otra crisis que de nuevo puso a Granada en el punto de mira de toda España, fue otra demostración de que la ciudad era un polvorín. Todas estas circunstancias han tenido como resultado un tiempo de parálisis en muchas cuestiones trascendentales para el futuro de Granada.

Solo por poner algún ejemplo, la integración ferroviaria de la alta velocidad, esa herida abierta que mantiene a parte de la ciudad dividida por vías de tren. Aunque es cierto que el problema se arrastra desde hace décadas, en los últimos años no se ha avanzado ni un centímetro, mientras que otras ciudades más pequeñas han conseguido proyectos millonarios para poner solución al mismo conflicto. Esta misma semana hemos conocido que Lorca ha cerrado un acuerdo que representa una inversión de 400 millones de euros. Aunque es algo que sobre todo depende del Gobierno central, éste se lava las manos cuando descubre que en la ciudad hay un Ayuntamiento que pone en duda hasta lo que parecía claro desde el principio, que era la petición de tener una estación soterrada en el mismo lugar de la actual. Y además se trabaja desde no se sabe cuando en la elaboración de un nuevo plan urbanístico para actualizar las previsiones de futuro, ya que el plan actual tiene ya 23 años de antigüedad. Y con eso es difícil definir grandes proyectos que cambien la fisonomía urbana.

Gobernar una ciudad no es solo conseguir que los autobuses circulen, que las calles se limpien o que los semáforos funcionen cada día. También hay que sembrar para el futuro con visión estratégica y proyectos que puedan dejar huella con el paso de los años porque supongan una gran transformación económica, social, urbanística o cultural.

En estas elecciones municipales del 28 de mayo pasado, la nueva alcaldesa que ayer tomó posesión, Marifrán Carazo, ha recibido un cheque en blanco de los ciudadanos. Después de este largo periodo de inestabilidad, poco propicio para avanzar en asuntos importantes, los votantes han vuelto a dar una mayoría absoluta de las de antes al Partido Popular, lo que seguro que será entendido por la actual dirigente como una oportunidad, más que como un reconocimiento, ya que es a partir de hoy cuando le toca demostrar si ese crédito obtenido ha merecido la pena.

Todo lo que Carazo haya demostrado como política y gestora hasta ahora, en especial durante su reciente etapa como consejera de Fomento andaluza, tendrá a partir de hoy una importancia muy relativa. El contador se pone a cero. Porque ahora es alcaldesa de Granada, la primera mujer en ocupar ese puesto y la destinataria de una nueva oportunidad que los votantes han dado al PP en esta ciudad.

Como regidora, todo lo que ha de afrontar es nuevo. Y cuanto más renovado mejor, porque esta ciudad también necesita eso, romper con el quejío y el lamento del pasado, despertar ilusiones y avanzar en propuestas de calado para que dentro de cuatro años, cuando los políticos se sometan a una nueva evaluación, en Granada podamos hablar de asuntos diferentes.

Es cierto que la mayor parte de los proyectos que traen desarrollo y que tienen cierto coste dependen de otras administraciones, la Junta, el Estado o Europa, con sus fondos millonarios. Pero la labor de un buen alcalde (en este caso alcaldesa) es pelear, pedir, camelar, sugerir y, sobre todo, conseguir esas cosas fuera de la Plaza del Carmen. Porque no basta con elevar la voz frente a los gobernantes de esas otras administraciones, eso no tiene ningún efecto práctico en sí mismo. Lo único válido es conseguirlo, de la manera que sea.

¿Será éste un nuevo punto de inflexión en la historia de Granada? El tiempo y Marifrán Carazo tienen la respuesta.

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