Como en toda España, el coronavirus en Granada ha vivido tres oleadas aunque con sus particularidades. La primera podría decirse que fue común al país entero, igual de grave casi por igual, llegando a una segunda que en la provincia sí tuvo más virulencia que en el resto del territorio nacional, siendo la más castigada durante el otoño y que motivó el cierre más agresivo de España en aquel momento. Por último se ha superado una tercera ola que en otras provincias impactó con más fuerza, sobre todo en Andalucía, donde se llegó incluso cerrar toda la actividad no esencial en algunas capitales, algo que no sucedió en Granada.
La provincia llegó a estar mal pero no era el agujero negro que fue en otoño. Y quizás por eso ahora sea, también por culpa de la expansión de la cepa británica, junto a Almería la provincia donde los datos bajan menos y donde se alumbran los albores de una cuarta oleada cuya virulencia vendrá marcada si se acelera la vacunación.
Contar los datos era difícil. En la primera oleada las cifras no eran del todo fiables porque no había un método único de detección, faltaban reactivos para las pruebas, y se contabilizaban resultados dobles de reanálisis, y muchos falsos positivos. No fue hasta el 30 de mayo cuando se unificaron los criterios, tomando como referencia las PCR, y después del verano se sumaron como válidos los test de antígenos rápidos. La primera ola fue, cifras en mano, la menos virulenta.
Lo que parecían entonces datos alarmantes con días de más de cien casos ahora se considerarían 'buenos', aunque todos los expertos señalan que, para una población como la de Granada, tener la pandemia controlada significa tener 20 o menos casos al día. Solo la hospitalización dio constancia de la magnitud de un problema que nunca se terminó de medir con precisión, con cifras de ingresos similares a las de la segunda ola.
El verano y buena parte de la primavera fueron los mejores meses de la pandemia en la provincia, con contagios inferiores a diez casos durante semanas a consecuencia del cierre total al que estuvo sometida la población hasta bien entrado mayo. Tras el verano la tendencia empezó a cambiar conforme se recuperaba parte de la antigua normalidad, con la vuelta al cole y a los trabajos. Los casos empezaron a repuntar y tuvieron su explosión en el puente de la Hispanidad. Se culpó a los jóvenes y se decidió el cierre de la Universidad, para más tarde la Junta proceder a cerrar municipios en el Área Metropolitana. En esta ola se batieron récords de contagios, hospitalizaciones y muertes cada día y la provincia volvió casi al cierre de abril, con la actividad cerrada. Fue la peor de toda España, un agujero negro.
El cierre tuvo su efecto y la curva cayó y tras un mes y medio cerrada, Granada pudo reabrir justo antes de Navidad. Fue un mes justo de transición entre olas. Granada subió infecciones muy rápido durante enero y febrero, aunque no se llegaron a alcanzar las cifras del otoño, y la ciudadanía se tuvo que acostumbrar a mirar las tasas de incidencia, que marcaban la apertura de los municipios. Se volvieron a cerrar los perímetros y las actividades esenciales tuvieron estrictos límites horarios.
Ahora, tras poco más de tres semanas de apertura, los contagios circulan por un valle que está empezando a crecer poco a poco en lo que es un atisbo de cuarta ola. Pero esta ya vendrá en año II del coronavirus.
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