Crónicas del confinamiento

El extraño caso de la calle de los vecinos prendados con el 69

  • Granada, una de las dos provincias andaluzas suspendidas en la asignatura del coronavirus

  • La solidaridad hay que practicarla no solo en los balcones, también en la calle, solo para demostrar que seguimos perteneciendo al género humano

El parque de la Avenida de Carlos V, lleno de rosas rojas.

El parque de la Avenida de Carlos V, lleno de rosas rojas. / A. C.

El primer día que salí andar me sentí raro andando por las calles. Eran las siete y media de la mañana y en mi ánimo apareció algo parecido a la agorafobia: una especie de vértigo en un horizonte de calles vacías. Al pasar por el Paseo de Europa, en donde antes había banderas de los países de la Unión Europea, veo que ahora son todas del Granada CF. ¿Será esa una señal de que ya no creemos en la UE? ¿O será que el Ayuntamiento ha gastado el presupuesto para banderas? Como no puede ir más allá de un kilómetro de mi domicilio, me he vuelto por el Paseo de Andrés Segovia y he tirado por el Paseo del Emperador Carlos V. Los parterres del parque están llenos de rosas rojas preciosas y yo camino entre ellos admirando su colorido. El mismo colorido que utilizan algunas chicas en sus mascarillas personalizadas. Con lo que no podrá el virus es con el deseo de presumir, deseo innato en el ser humano. He subido después por la avenida Carmen de Burgos, muy solitaria desde que la crisis ha impedido que allí se instalen los puestos del mercadillo ambulante. En esta calle los números impares llegan hasta el 69. A partir de ahí son el 69-A, 69-B,69-C, 69-D… y así sucesivamente. Un extraño caso que, seguro, que tiene su explicación, pero parece como si estos vecinos no quisieran abandonar ese erótico guarismo. Y no sé por qué. ¿Acaso en esa postura no nos contagiamos del coronavirus? Decía el otro día mi colega Luz Sánchez-Mellado que los expertos no se atreven a prohibir el sexo entre no convivientes, claro, pero aconsejan practicarlo sin besos boca a boca ni posturas cara a cara para no compartir ni la saliva ni el aliento. De ahí que el 69… No, si verás tú…

Italianos en Groenlandia

A la altura del Serrallo me he encontrado con un hombre y le he dicho buenos días en voz alta. Él ni me ha contestado. Y un poco más adelante otra persona que viene hacia mí no pierde el tiempo en cambiar de acera. Si les digo la verdad ahora lo que más me preocupa es el grado de recelo entre personas que esta crisis ha deparado. Lo que ha hecho el virus es inocularnos hasta la médula el miedo al otro, además de hacernos ver que ya no somos los mismos. Es por lo tanto ese recelo, la falta de confianza, entre las personas, una de las actitudes que deberemos de mejorar. Hay quien se escuda en las mascarillas para no hablar con nadie, ni siquiera para decir buenos días. Las autoridades nos han dicho que debemos alejarnos del prójimo, como si fuéramos apestados. Y eso tendrá sus consecuencias. Esa solidaridad de la que hacemos gala en los balcones, hay que ejercitarla cuando estamos en la calle, por lo menos para demostrar que seguimos perteneciendo al género humano.

En la calle Carmen de Burgos muchas casas tienen el 69. En la calle Carmen de Burgos muchas casas tienen el 69.

En la calle Carmen de Burgos muchas casas tienen el 69. / A. C.

El otro día leí una noticia inquietante sobre el comportamiento de las personas con esta pandemia. Cinco italianos habían alquilado una cabaña en una colonia pesquera de Groenlandia. Eso fue a mitad de marzo, cuando las noticias sobre el coronavirus estaban ya en los telediarios de todo el mundo. Cuando el dueño de la cabaña se enteró de que sus huéspedes eran italianos, espoleado por todos los vecinos de la colonia, dijo que en su casa no dormían. Los pobres fueron casa por casa en busca de un lugar en donde pasar la noche y en todos sitios eran rechazados. A última hora, y ya con la noche apuntando a los 30 grados bajo cero, consiguieron alojamiento en una casa hogar a 35 kilómetros de Ikerasak, pues ese es el nombre de la aldea groenlandesa. El refugio no tenía calefacción, pero al menos no murieron de hipotermia. En Groenlandia, donde ni siquiera ha llegado la pandemia, ya han puesto letreros todos los comercios diciendo que no se admiten turistas ni extranjeros. Así se las gasta el miedo.

Al pasar por un ‘covirán’ me he parado a comprar los arreos para un arroz negro que quiere hacernos mi hijo el cocinero. Al arroz negro le sienta bien el luto. Por tanto, una buena comida para época de las pandemias. En el supermercado la gente ya se ha acostumbrado a hablar a través de las mascarillas. Los que vamos con gafas lo pasamos fatal. Alguien me ha dicho que si restriegas las gafas con una pastilla de jabón no se empañan. Lo he probado y es mentira.

Combustibles

Luego he ido a la tienda de Sergio a comprar los periódicos. Compro dos siempre. Sergio es mi particular OJD (la oficina que mide la difusión de los diarios españoles) y me dice que la venta de periódicos se ha resentido bastante con el confinamiento, pero que gracias a Dios todavía hay gente que le gusta leer las noticias en papel. Leo que gran parte del material sanitario que ha comprado España a China no está homologado. Toda la vida hemos dicho que nos han engañado como a chinos cuando hemos sentido estafados. Ahora son los chinos los que engañan a todos. Se están vengando. Nos están vendiendo a los occidentales a precio de oro mascarillas que son más falsas que un fuera de juego en un futbolín. Pero la noticia con la que abren los dos periódicos locales es que Granada es una de las dos provincias andaluzas -la otra es Málaga- que hemos suspendido en la asignatura del Coronavirus: aquí en vez de bajar las cifras de muertos e infectados han subido. Un cliente que está en la cola dice que eso es porque hay muchos granadinos a los que les suda la polla el confinamiento. No creo que sea así. Es posible que haya quienes se hayan relajado un poco más, pero creo que nuestra preocupación es igual que la de los cordobeses, sevillanos o gaditanos, por ejemplo. Lo que está claro es que esta pandemia nos ha arrojado bruscamente a escenario sociales inéditos e inexplorados para estas generaciones.

En la Avenida de Europa ya no están las banderas de Europa, están las del Granada CF. En la Avenida de Europa ya no están las banderas de Europa, están las del Granada CF.

En la Avenida de Europa ya no están las banderas de Europa, están las del Granada CF. / A. C-

Después he ido a ver a mis nietos, que viven al lado de mi casa. Los veo cuando ellos se asoman al balcón. Nos tiramos besos al aire y hacemos el ademán de abrazarnos. Los besos físicos ahora los tenemos desinstalados de nuestro disco duro de los sentimientos. Lo mismo que los abrazos, que ya son todos virtuales. Me temo que el día que podamos tocarnos nos va a resultar raro. Luego me he ido a echar un rato de lectura, que es el combustible que utilizo para llenar el depósito de mi estado de ánimo. A mediodía he ayudado a mi hijo a hacer el arroz: yo le he abierto la bolsa. Cuando mi hijo corta la cebolla yo me echo a llorar. El otro combustible que utilizo para mi estado de ánimo es el vermú. Cuando me lo sirvo, dejo de llorar.

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