Granada

Aún faltaba un 'thank you'

  • Jérez del Marquesado reúne a los 'héroes' locales y supervivientes del cuerpo de marines de EEUU, protagonistas del rescate tras el accidente de un avión del ejército en Sierra Nevada

El ex marine del ejército de los Estados Unidos, James Frank Zaio, sentía hace tiempo que tenía una deuda pendiente con los vecinos de la comarca del Marquesado del Zenete y que hacía que "cada mes desde hace 50 años" le viniera a la mente un recuerdo del que no podía deshacerse. La espina que tenía clavada no era superficial, por lo que la jornada de hoy es "emocionante" para él: "Hasta ahora he tenido un vacío en mi vida por no haberme podido reunir con las personas que salvaron mi vida y mostrarles mi agradecimiento".

Zaio y Francis John Rup son dos de los 24 supervivientes que viajaban en el avión que cayó en Sierra Nevada, en el término municipal de Jérez del Marquesado, el 8 de marzo de 1960. Han tenido que pasar cinco décadas para que pudieran resarcirse en nombre del resto de los miembros del equipo de baloncesto de los marines que viajaban de Nápoles a la base de Rota y que salvaron su vida gracias a la solidaridad de los pueblos de la zona.

Por fin, pueden dar las "gracias desde el corazón" a los que aquella noche acudieron al rescate de los pasajeros desde Jérez, Lanteira y Alquife, sin temer las infernales condiciones climatológicas que se incrementaban a 2.500 metros de altura.

Todo el pueblo de Jérez del Marquesado es una fiesta para recibir a 'los americanos'. En el hotel rural de la localidad, hoy y junto a la habitual bandera de España, cuelga la norteamericana. También la banda de música ha tenido que preparar el himno estadounidense y los vecinos se asoman al balcón para ver el blanco impecable del uniforme de los marines.

El embajador norteamericano, Alan D. Solomont y autoridades de la base de Rota, Guardia Civil, Subdelegación del Gobierno, Diputación y hasta eclesiásticas completaban la comitiva que atravesaba el pueblo entre aplausos. Todo para emular el recorrido que ya realizaron sus homólogos días después del accidente en 1960.

"El día que vino el embajador era un niño y para nosotros fue una fiesta, aunque el rescate aún duraba", dice Antonio, vecino de Jérez. Aquella fue la primera vez que pudo ver un helicóptero, al igual que los invitados americanos son primerizos en la escucha de los fandangos que suenan en la plaza del pueblo.

El momento que más llena de orgullo al pueblo llega con el homenaje a los rescatadores que aquel 8 de marzo hicieron de héroes locales y así se les recuerda aún. El jerezano Antonio Lorente no puede evitar que el primer recuerdo que exprese de aquella noche sea el "gran esfuerzo y muchas dificultades" que vivieron en forma de "frío, nieve, vestica y noche". Aún así, asegura que "mereció la pena" y que todos los obstáculos quedaron bajo la "satisfacción mutua del encuentro al llegar al avión", que hoy rememoran. El mal estado en el que se encontraban los pasajeros "se transformó en una amable sonrisa", cuenta.

José María Gámez acudió a la Sierra desde el municipio vecino de Lanteira. Explica que eran "conscientes de que no se trataba de familiares a los que iban a ayudar, sino extranjeros, pero no hubo vacilación". Que en la localidad supieran poco hasta entonces de 'los del otro lado del charco' no importó, ya que "en aquel momento nos sentimos ciudadanos del mundo" y "la solidaridad entre los pueblos" se impuso.

Este entendimiento entre personas que en principio no tenían demasiado en común y a las que sólo el azar había unido, se refleja perfectamente en otro vecino de Lanteira, que cuenta como al llegar al avión accidentado los heridos le hacían señas como única forma de comunicación posible en unos primeros momentos muy duros.

Algunos de ellos estaban gravemente heridos y hasta este joven rescatador se dirigió un marine que se encontraba "paralizado de cintura para abajo". "Estaba en el suelo y me pedía que le incorporara al asiento con los cojines y la almohada que me señalaba". Se ha quedado con las ganas de "saber que fue de aquella persona" porque desde entonces está seguro de que el destino les unió aquella noche de una u otra manera. "Cuando le estaba atendiendo, me di cuenta de que tenía un reloj exactamente idéntico al mío", relata.

A pesar de su avanzada edad, en su memoria conserva el momento en el que llegó la noticia al pueblo, aunque al principio la Guardia Civil no entendió a los pilotos, que bajaron hasta el pueblo para buscar auxilio y algún pastor de la Sierra corrió a esconderse a su casa cuando tomó a estas personas por extraterrestres que acababan de bajar de la nave.

Junto a otros vecinos de Lanteira, salió de inmediato en una furgoneta, pero a mitad de camino tuvieron que parar hasta que, al menos, hubiera visibilidad. Allí, se reunieron con "unas cien personas entre paisanos y Guardia Civil". "En aquella época no había medios: ni impermeables, ni botas, ni nada", por lo que muchos de los que subieron a ayudar llegaban al pueblo "a punto de la congelación".

Otra de las personas que permanecerá en la memoria colectiva es el padre de Carlos Jaldo, vecino de Jérez del Marquesado y coautor junto a Antonio Castillo de un libro sobre el suceso, titulado Bengalas en Chorreras Negras. En aquella época era el practicante del pueblo y el interés por los hechos le vino precisamente porque se los contaba "como si fuera un cuento". Y no es para menos si se tiene en cuenta el papel clave que jugó su progenitor.

"Con 41 años caminó durante seis horas y se enfrentó a la climatología y a la falta de medios" y aportó material quirúrgico como inyecciones, vendas o tablillas para una primera atención a los heridos. El panorama que encontró al llegar al avión siniestrado no era muy alentador con ocho heridos graves y tres más leves. Para hacerse una idea, Jaldo cuenta que la morfina se necesitó en grandes cantidades: "Hubo un marine que pasó toda la noche pidiendo al piloto con insistencia que le matara".

Atrás quedan anécdotas como el tiro accidental con el que un cabo de la Guardia Civil hirió a un vecino al disparar al aire en mitad de la montaña para intentar reagrupar a todo el grupo.

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