Granada

El irlandés prueba el follaza y el calicasas

AL final, lo que pretendo con estas crónicas es que las frases nunca se caigan al vacío, que quedan sujetas como hojas perennes en el árbol del periodismo, que no se evaporen tras ser pasadas por la rotativa. Frases que se lancen al mar y sean capaz de nadar y que se lancen al aire y sean capaz de volar. Hoy estoy buscando la inspiración en cualquier nube que pasa por mi ventana, en la antena de telefonía que hay frente a mi casa, en las cúspides de Sierra Nevada. Pero nada, no me viene. Las musas deben haberse ido de vacaciones. Y yo me voy a ver a Harry.

He quedado con él en la puerta del Mercadona que hay en el antiguo edificio Sánchez. La mañana está revuelta. El cielo gris amenaza lluvia y he comprado un nuevo paraguas porque el último me lo dejé en no sé qué sitio. Salgo a la calle con la intención de tomar mi dosis diaria de felicidad, pero nada más cruzar un paso de peatones distingo a alguien que me hace recordar lo ingenuo que uno llega a ser: a ese alguien le presté cincuenta euros hace casi un año y cada vez que me ve cambia de acera. Pero bueno, uno debe siempre estar dispuesto a no recuperar aquello que presta. Yo lo que digo es que siendo como somos, materia muy perecedera e imprescindible, debemos tratarnos los unos a los otros al menos con cortesía. Pero no lo hacemos: si pudiéramos hacernos desaparecer para no pagar una deuda, lo haríamos. En fin. Cuando voy por los Alminares empieza a llover con fuerza. Doy gracias a Dios por tener paraguas. Son las doce de la mañana y la actividad en la calle es la propia de cuando hay lluvia: la gente que no está debajo de un paraguas está bajo techo.

Al cruzar el puente de los Sánchez veo a Harry. Lleva un impermeable amarillo y un paraguas verde. Está allí, parado, inactivo, tenso como una cuerda de guitarra. Ni mueve el rostro en señal de alegría cuando me ve.

-Día malo para pasear -dice cuando me acerco.

-Aquí decimos que hace día de las tres 'bes': bota, baraja y brasero". Pero tú debes estar acostumbrado. En Irlanda llueve mucho.

-La lluvia no ser igual en todos sitios. Además, yo venir a España por sol.

Y es que aquí el tiempo persiste en su locura en este comienzo de la primavera y el refrán parece que se sale con la suya cuando dice que "en abril, lluvias mil". Harry me dice que ya que estamos allí le acompañe al Corte Inglés porque tiene que comprar arreos de afeitar. En la gran superficie hay más movimiento del necesario: y es que cuando llueve muchos piensan que pueden pasar un rato mirando objetos que nunca van a comprar. Yo entre ellos. A mí me gustaba entrar y ver los libros, que estaban en la primera planta. Pero desde hace algún tiempo la librería la han trasladado a la cuarta planta, en esa manía que tienen los observadores de los balances de trasladar la cultura a los lugares más alejados. Mientras Harry hace su compra yo estoy pensando en las posibilidades de nuestro paseo. Tenía pensado llevar al irlandés al monasterio de San Jerónimo, pero la idea se me había ido diluyendo con el agua de la lluvia conforme avanzaba la mañana. Al salir del Corte Inglés, una idea se me viene a la cabeza. ¿Y si llevo a Harry a una taberna típica de Granada, por ejemplo a las bodegas Castañeda? Al pasar por la Plaza del Carmen miro la hora. Son cerca de la doce y media.

-¿Te gusta el vermú, Harry?

-No. Invento de alemanes o italianos, que lo beban ellos.

-Pero tú no has probado el vermú de Granada, Harry. Es diferente. Además de ser casero, aquí tiene otro sabor. Si quieres te llevo a un sitio donde es la bebida típica. Es una taberna que está de puta madre.

-Bueno, pero yo quedar con Dorothy a las tres.

-No hay problema.

La lluvia, entretanto, arrecia provocando un sonido líquido al chocar contra la calzada. Los intensos nubarrones han comenzado su descarga.

Dijo un sabio que las tabernas son el refugio de los buscadores de emociones. En las Bodegas Castañeda te las pueden encontrar. Por lo pronto es una de las tabernas más antiguas de Granada. Hay quien habla de que lleva cien años, pero que ha pasado por varios avatares y dueños. Ahora hay dos bodegas Castañeda pero antes era solo una. La más concurrida es la de la calle Almireceros y no hay granadino de cincuenta años para arriba que no se acuerde de los bocadillos de morcilla y requetés que vendían en un tenderete en una esquina del bar. La otra se llama 'Antigua Bodegas Castañeda'.

Nada más entrar Harry pasea la mirada por el local como si fuera un periscopio en busca del rastro del enemigo. Mientras él mira yo le digo que antes que nada observe los vidrios de colores de las puertas y ventanas que tienen motivos de los cuadros de Velázquez. Lo hace y fija después su vista en los vetustos toneles que son lo más vistoso de la barra. Más tarde alza la vista y ve los faroles de estilo granadino, los jamones que hay colgados por encima del mostrador, las botas de vino y la famosa cabeza de toro, que dicen que es de uno que mató Frascuelo en la plaza de toros de Granada. Alguien me contó que a mediados del siglo pasado tapaban con una sábana los jamones el viernes santo y los destapaban el domingo de resurrección, por eso de que no se podía comer carne.

-Bonito. Gustar a mí. No es taberna irlandesa pero también tener tradición y buen gusto.

A la una de la tarde aún no se ha llenado del todo el local, pero es corriente que a eso de las dos esté hasta los topes. Los sábados y domingos lo mejor es armarse de paciencia si se quiere tomar allí algo. La clientela es diversa y lo mismo puedes encontrar a un japonés perdido que a un parroquiano del barrio, de los de toda la vida.

Pido dos vermú y Harry se queda mirando fijamente al camarero para ver cómo los prepara: primero echar el vermú, luego el sifón y termina con un chorreón de ginebra.

-¿Eso no ser fuerte?

-Qué va, Harry. ¡Que no se diga de un irlandés? -lo animo.

A Harry el sabor del vermú le gusta. Dice que nunca lo había probado así. Le sabe a gloria. Y más cuando el camarero nos pone sendas tapas de bacalao con tomate. A nuestro lado hay dos turistas que están flipando con el ritmo que lleva el local. Dicen que vienen de Sevilla, que les gusta pero que es monumental hasta en los precios.

Harry ve un letrero en el bar y después me pregunta:

-¿Qué ser calicasas y follaza?

Le explico que un calicasas es una mezcla de vermú, vino dulce, ron, ginebra, licor de naranja y sifón, creo. Y que un follaza es vino dulce mezclado con vino blanco.

-¡Guau! -dice Harry. Yo probar… folla… qué.

Una de las definiciones más lírica y educadas que he leído sobre la borrachera es la que hace Miguel Delibes en Señora con fondo gris. "El vino acartona el recuerdo, pero al mismo tiempo convierte la onerosa gravedad del tiempo en una suerte de porosidad flotante, algo parecido a la fiebre". Pues con cuarenta de fiebre estamos al pedir yo el cuarto vermú y Harry el tercer follaza.

-¿Saber lo que decir los ingleses? Una copa no ser suficiente. Dos copas ser suficiente. Tras copas no ser suficiente -dice Harry ya con la lengua estropajeada por el alcohol.

-Oye, ¿no habías quedado con Dorothy?

-Sí, pero enviar guasap diciendo que ir más tarde.

Afuera sigue lloviendo.

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