Granada

Los ricos huyen, los pobres mueren

  • Una epidemia de cólera mató a 6000 granadinos. El primero fue un bombero de la calle Ventanilla. Tuvo su acmé en el mes de julio de 1834. Se habilitaron hasta tres cementerios.Menesterosos, mendigos, viciosos, gentes con hambre, desaseados y bebedores de vino mal eran, en otros tiempos, los que sufrían las epidemias furibundas como el cólera en sus carnes

Están de moda las epidemias; nunca han desaparecido para no dejarnos tranquilos. No sé qué pasa que cuando hay epidemias o guerras huyen los ricos y mueren los pobres. Y, salvo excepciones, se libran las llamadas "clases acomodadas, de vida arreglada" y pagan el pato los "menesterosos", mendigos, viciosos y "débiles", gentes con hambre, desaseados y bebedores de vino malo. El cólera fue calificado como la enfermedad de los pobres.

Ésta de la que hoy les hablo fue una verdadera pandemia que vino de la India, atravesó Europa, alcanzó Portugal desde Inglaterra, entró en España por Huelva y llegó a Granada en diciembre de 1833 desde Motril y Alhama. La información que nos brinda el profesor Rodríguez Ocaña nos pone el pelo de punta.

Causó verdaderos estragos en 1834 y desapareció en enero de 1835. Algunos creyeron que era por contagio y la mayoría por falta de condiciones higiénicas, por el hacinamiento y la insalubridad de las calles y viviendas, por la falta de alcantarillado y agua potable y sobre todo por el desaseo y miseria de las llamadas "clases menesterosas". Hubo quien pensó que un cambio en las condiciones atmosféricas, una alteración en las propiedades del aire, propició la propagación de la enfermedad por toda Europa. De modo que lo del cambio climático viene de lejos.

El primer caso registrado en Granada tuvo lugar el 2 de enero de 1834; se trataba de un bombero del Batallón de Zapadores que vivía en la calle Ventanilla. Todo el barrio de San Juan de Dios estaba alarmado pero las autoridades no reconocieron oficialmente la epidemia hasta el 12 de febrero. Empezaron a limitarse las concentraciones en los mercados y hasta el curso académico fue suspendido.

Tuvo su acmé en el mes de julio de 1834, muriendo 1.457 granadinos. No se podían aguantar los malos olores, ni los continuos redobles de campanas tocando a muerto mientras los sepultureros no daban abasto. Se contabilizaron más de 40.000 granadinos enfermos, siendo los vecinos de las parroquias más afectadas los de San Ildefonso, Las Angustias, La Magdalena y el Sagrario.

LAS AUTORIDADES SE FUERON A ALBOLOTE

Por si acaso el capitán general, el subdelegado de Fomento y el intendente con sus familiares se marcharon a Albolote; había que "ponerse a seguro". A pesar de que la Reina María Cristina obligaba a permanecer en sus puestos.

Granada era una ciudad rica en aguas por los aportes del Darro y el Genil, pero mal encauzadas y con pésimo alcantarillado. Lo que hacía falta era evitar el hacinamiento sobre todo en las cárceles, las escuelas, los seminarios y los cuarteles. Limpiar las calles y las viviendas mediante campañas de fumigación, levantar más hospitales y controlar los enterramientos. Se obligó a los ciudadanos a instalar letrinas para evitar hacer sus necesidades en la vía pública o en el Darro. Se recomendaba comer frutas, tomar una planta anticolérica llamada guaco, tomar el fresco de noche, lo que se decía "estar al sereno", y, por parte de la Iglesia, elevar plegarias al cielo. El 16 de marzo Capitanía General honró a la Virgen de las Angustias con una rogativa en la Catedral.

Se habilitaron tres cementerios. El principal, el de Almengor, estaba en pleno casco urbano y ya los cadáveres se hacinaban por las calles siendo algunos devorados por los perros. Luego se instalaron dos más: en el Cercado Bajo de Cartuja y en el Beiro, donde iban a parar los cadáveres del Hospital de San Juan de Dios.

Las diferencias entre la Real Academia de Medicina y el Ayuntamiento agravaron la situación; encima tampoco se ponían muy de acuerdo los médicos y por si fuera poco aparecían en escena los intrusos; sanadores y curanderos suministrando yerbas, bebedizos y caldo de gallina. Aunque uno de los remedios que se puso de moda fue el de sangrías utilizando sanguijuelas aplicadas al ano.

Es lo único que le faltaba al pobre enfermo de diarreas, que le aplicaran sanguijuelas.

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