Crónicas del confinamiento

Más seguridad o más libertad, esa es la cuestión

  • La sociedad se ha dividido entre los pesimistas que creen que esta crisis pandémica no ha acabado y los optimistas que piensan que no hay que alargar más el estado de alarma

  • Una receta para confinados que te hará llorar

Más seguridad o más libertad, esa es la cuestión

Más seguridad o más libertad, esa es la cuestión

El otro día salí a practicar el senderismo con cuatro personas más. La idea era subir hasta en cementerio, ir por el Llano de la Perdiz hasta Jesús del Valle y regresar por el Sacromonte. Cinco horas más o menos de trayecto. Llevábamos nuestras mascarillas puestas e incluso hacíamos lo posible por mantener las distancias. Al pasar por el sendero de la Fuente la Bicha vimos a muchos paseantes y deportistas caminando de forma diferente. Todos lo hacemos igual. Ahora la realidad es otra. Se puede ver en los ojos de la gente, en la manera de marchar, en los andares huidizos, en los metros de distancia. Hasta el rumor del Genil parece otro.

Íbamos hablando de todo eso cuando de pronto se originó la discusión que se está haciendo viral en las mentes de todos: ¿hay que aguantar más prórrogas del confinamiento o preferimos que de una vez por todas se retiren todas las medidas coercitivas para conseguir alcanzar la normalidad? O lo que es lo mismo, queremos seguridad o preferimos la libertad, que es lo que se planteaba el pasado domingo Javier Cercas en su artículo semanal. De los cinco que íbamos dos se lanzaron inmediatamente a decir que el virus no se ha marchado todavía, que sigue vigilándonos y que había que seguir con esas medidas profilácticas que nos ha enmarcado el Gobierno. En la defensa de su tesis, llamaban irresponsables a los que van sin mascarilla por la calle, a los que se reúnen para hacer una fiesta familiar o a los jóvenes que hacen botellones. No les importa, decían, hacer colas de media hora para comprar un filete de carne o seguir enclaustrados un mes más si hace falta. Tampoco les importaría que el Gobierno pusiera una cámara a cada uno para vigilar que se están cumpliendo sus normas y eran partidarios de las multas a los ciudadanos que se habían saltado el confinamiento. Debo decir que esas dos personas que defendieron la seguridad antes que la libertad, tenían algo en común: eran propensas a la hipocondría y ambas tenían un sueldo asegurado porque eran funcionarios a los que les habían respetado el sueldo durante la crisis sanitaria.

Los dos amigos que defendieron la libertad y que criticaron al Gobierno por alargar aún más el estado de alarma, estaban convencidos de que nos habían metido demasiado el miedo en el cuerpo y que la situación no habría requerido el cierre tan brutal de los negocios y la paralización de la vida. Según ellos, la libertad era más importante que la seguridad y no debían de tenernos más tiempo metiéndonos miedo en el cuerpo porque están dañando nuestra confianza y, lo que es más importante, la economía. Estaban convencidos de que la libertad es la ausencia del miedo y mientras más miedo nos metan menos libertad tendremos. Uno de estos apóstoles de la libertad era el dueño de un negocio que llevaba dos meses y medio cerrado y el otro uno que había sido afectado por un ERTE decretado su empresa. Y ninguno de los dos parecían ser hipocondríacos porque hablaban del covid 19 como si fuera un mal sueño del que ya había que despertar. “He leído que el pasado año murieron en España 36.000 personas por la gripe normal. ¿Por qué se le ha dado tanta importancia a este virus?”, se preguntaba uno de los polemistas.

Guardar las distancias incluso al andar. Guardar las distancias incluso al andar.

Guardar las distancias incluso al andar.

Yo escuchaba a unos y otros sin meter baza. No conseguía adherirme abiertamente a uno de los dos postulados. Tan pronto me convencían los defensores de la seguridad como los defensores de la libertad. La discusión duró varios kilómetros, hasta que ambos bandos comprendieron que por mucho que siguieran discutiendo nunca se iban a poner de acuerdo. No hay solución a ese dilema. Que haya una opinión unánime sobre esta cuestión es más raro que los planetas se alineen y formen una sizigia. Como dice Cercas citando a Isaiah Berlín, hay “verdades contradictorias, de fines o valores inconciliables”.

Al llegar a Jesús del Valle, a media mañana, hicimos un mantelillo, que consiste en poner un mantel en el suelo y cada uno echar en él aquellas viandas que lleva en la mochila. Descorchamos una botella de vino. Al llegar la hora de brindar, dos lo hicieron por la seguridad y los otros dos por la libertad. Y yo me quedé como un gilipollas con el vaso de vino en alto sin saber por qué brindar.

Tratado culinario para confinados

A estas alturas de la película me extraña mucho que no haya salido ya un libro o un tratado culinario para personas confinadas. Si a alguien se le ocurre, yo aporto una receta. Antes que nada, cuando te levantes vas al frigorífico y…. No, mejor no vayas porque cada vez que durante este confinamiento te has levantado ha sido para picar algo y estás ya bastante fondón. Bien. Ve al sitio donde tienes las cacerolas. Coge una y echas en ella cloruro sódico en una disolución de dos átomos de hidrógeno por uno de oxigeno. Podría haber dicho que echaras sal en agua, pero la sencillez inspira desconfianza. Por eso escritores, científicos, políticos y médicos viven de inventar palabras, porque nadie cree en lo simple. Bueno, ya que tienes la sal en agua, echa un poco de albahaca, cebolla y cilantro. Ya sé que no tienes cilantro, pero en todas las recetas hay un condimento que no tienes. Así que en vez de cilantro le puedes echar un poco comino, que seguro que tienes.

Todo esto tienes que hacerlo con cierto humor, que los antiguos lo ubicaban entre el estómago y los intestinos. Ahora sí puedes abrir el frigorífico, pero solo el tiempo necesario para coger un muslo de pollo o un conejo que esté muerto y desollado, por favor. Dejas la carne cociéndose a fuego lento el tiempo que dura el Cuatro en ir del Zaidín a La Chana. Si no lo sabes, puedes llamar a la Rober para que te lo digan. Cuando esté cocida la carne, la pones en una bandeja con rodajas de limón, patatas y las especies que tengas: clavo, cayena, canela… También le echas un chorreón de cerveza, no importa de qué marca, pero si es una ‘milno’, mejor. Metes la bandeja en el horno y la tienes el tiempo que sea necesario y la sacas cuando esté lista. Cuando tengas la carne en su punto, las emplatas y la culminas con un poco de perejil, para que parezca que es un guiso de Arguiñano. Verás que cuando te lo estés comiendo se te caerán las lágrimas de lo mal que te ha salido el guiso. Comprobarás lo mal cocinero que eres y te acordarás de lo buenas que eran cocinando tu madre o tu suegra. Y las echarás de menos. Y llorarás a moco tendido por lo duro que es estar confinado y no saber cocinar. Ánimo, que ya queda poco.

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