Mundo

La Isla del mundo

  • 'Las cenizas de los imperios' advierte de los errores que EEUU puede cometer en los países de Asia Central, y ayuda a comprender cómo la soberbia y el desconocimiento de la historia ha llevado a los atolladeros de Iraq y Afganistán

La coctelera es la llamada isla del mundo, un vasto territorio extendido desde la disputada Cachemira hasta el Mar Negro, un recipiente remoto compuesto por Pakistán, Afganistán, Irán, las repúblicas caucásicas y las extensas llanuras y montañas de los cinco países del Asia Central. Y ahora añadan estos ingredientes: el desequilibro hegemónico de una gran potencia militar, Estados Unidos, respecto al resto del mundo; la soberbia humana; la arrogancia de quienes creen adivinar el futuro, y la ignorancia histórica.

Por ejemplo: el asesor de Seguridad Nacional del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski, fue uno de estos visionarios de la historia. Muy relacionado con los llamados arabistas de la Casa Blanca, políticos formados en Beirut, casados con libanesas muchos de ellos, enamorados de las gestas de Lawrence y Burton y, sobre todo, unos convencidos de que la media luna del islam que conforman las fronteras sureñas de Moscú acabaría estrangulando a los soviéticos como unos modernos mongoles a las puertas de Kazán. Cuando la URSS invadió Afganistán, el asesor convenció a Carter de que había que ayudar a la resistencia afgana a través del dictador paquistaní Zia, aunque éste, a su vez, escondía otros intereses en la zona. "Ahora podemos proporcionar a la URSS su propio Vietnam", dijo el tal Brzezinski. Cuando Gorbachov ordenó la retirada, EEUU hizo lo mismo y dejó abandonados a aquellos afganos y árabes que ayudó a traer de todos los puntos conflictivos del mundo. De aquellos socios y de esa traición provienen los lodos de hoy. Quizás hoy el estratega de Carter podría contestar a la pregunta de a quién proporcionó, finalmente, ese Vietnam llamado Afganistán.

Ése es el vasto territorio y esos son los ingredientes. Mezclen todo bastante bien, y se sorprenderán cuando comprueben el resultado: el producto no es una sustancia homogénea, sino fragmentada, exotérmica y explosiva. Son las piezas de Cáucaso que nunca acaban de encajar; el avispero de Afganistán, donde los imperios soviéticos y británicos también hincaron las rodillas; la pesadilla del país ficticio de Iraq; los pecados de la partición de Pakistán; la soberanía tantas veces robada de Irán, y los hasta ahora relativamente calmosos países de Asia Central, esas tierras de nómadas, de Tamerlán y sus jinetes, que iban y venían por el valle de Fergana, hasta que un mal día Stalin decidió trocearla en tres repúblicas inventadas. Bueno, pues de todo esto habla, escribe, Karl E. Meyer en su último libro publicado en España, Las cenizas de los imperios, porque en ese corazón de Asia se han jugado durante tres siglos los grandes juegos entre Rusia y el Imperio Británico, entre EEUU y la URSS, entre el yihadismo y el nuevo orden mundial.

Así como el gran reportero polaco Ryszard Kapucisnki se disfrazó de su admirado Herodoto y contó a través de dos viajes el auge y el declive de la URSS en Asia en su famoso Imperio, Karl Meyer, como si fuera Tucídices, recorre este mismo espacio, pero a las descripciones y apuntes históricos, añade causas y deja entrever consecuencias. Y, sobre todo, le persigue una pregunta: ¿existe el imperio americano? La responde, aunque no sea contundente.

Un solo párrafo es capaz de resumir su tesis: "La experiencia demuestra que, cuanto más abrumadora sea la influencia norteamericana en un país más débil y teóricamente soberano, más probable es que el Gobierno sea represivo y provoque una reacción violenta y repentina". El ejemplo paradigmático es Cuba.

La editorial granadina Almed, que se distingue por la cuidada edición de unos textos históricos, políticos y de viajes aún mejor escogidos, publica en España este libro de Meyer, periodista, editor y estudioso de la zona; un libro que forma parte del programa Century Foundation, que examina la política exterior de Estados Unidos después de la Guerra Fría.

De modo sucinto, y aun a riesgo de no introducir los suficientes matices, la tesis es que la presencia de Estados Unidos en otros países debe ir de la mano de otras instituciones internacionales, caso de la OTAN. Todo lo contrario de aquello que solicitó Rumsfeld cuando ni la Alianza ni la ONU se sumaban a la invasión de Iraq, y optó por una "alianza de valientes", que es lo que los sheriffs de los westerns pedían en los parroquianos del saloon para marchar a capturar a los forajidos.

El relato, que rescata algunos sabrosos elementos olvidados como el Gandhi de los supuestamente violentos pastunes y la yihad de la no violencia, advierte del peligro de EEUU de establecer bases militares por su cuenta en las repúblicas de Asia Central, donde sólo Kirguizistán parece ahora encaminarse hacia una vía democrática, justo lo contrario que sus cuatro repúblicas hermanas y huérfanas, abandonadas por Yeltsin el día que disolvió la URSS.

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