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Brillante gala del Ballet Stanislavsky

Conjuntos: Ballet y Orquesta del Teatro Stanislavsky. Director artístico electo: Igor Zelensky. Diseñador principal: Vladimir Arefiry. Directores: Anton Grishanin y Georgy Zhemechizhin. Programa: 'Paquita', coreografía de Marius Petipa, música de Ludwig Minkus; Paso a dos de 'La Sylphide' coreografía de Augusto Bournonville, música de Jean Schneitzhoeffer; 'Ultimo Tango', Coreografía de Vyacheslav Gordeev, música de Astor Piazzola; Paso a dos de 'El Corsario', coreografía de Marius Petipa, música de Ricardo Drigo; Quinto dueto de 'Illusive Ball', coreografía de Dmitry Bryantsev, música de Fryderyck Chopin; 'Walpurgis Night', coreografía de Leonid Lavrovsky, música de Charles Gounod; Gran paso de 'Don Quixote', coreografía de Alexey Chichinadze, música de Ludwig Minkus, sobre Marius Petipa. Lugar: Teatro del Generalife. Fecha: domingo, 3 de julio de 2011. Aforo: lleno.

La despedida del Ballet y Orquesta del Teatro Stanislavsky tuvo el sello de una gala espectacular, donde la compañía y sus figuras mostraron su calidad. El programa tan variado, recogía momentos virtuosistas de lo mejor de la danza clásica, que exigen a sus intérpretes una alta preparación, no sólo técnica, sino comunicativa, junto a algunos guiños más contemporáneos, los que ya estaban en la médula de Les Ballets Russes, de Diaguilev. Los que intervinieron en la noche de la despedida se olvidaron de los atisbos de excesiva discreción y frialdad señalados en Giselle y se entregaron con entusiasmo, vigor, maestría y elegancia -la nota predominante de este ballet- a una gala notable, que define la preparación del conjunto moscovita, donde destacan más el elenco femenino que el masculino.

No escamotearon dificultades, en fragmentos de ballets o en pasos a dos universales que son historia de lo más conocido y admirado -precisamente por esas pruebas- de la danza clásica y romántica. Ni tampoco puro espectáculo en la simbiosis entre solistas y el conjunto como tal, como ocurrió en Paquita, esa genial estampa que coreografió Petipa, basándose en las esencias tan españolas de la escuela bolera que tuvo tanto auge en el París de mitad del siglo XIX y primeros del XX, o en el mosaico de color que es Walpurgis Night, de Leonid Lavrosky (1908-1967), uno de los más importantes coreógrafos rusos, que fue director del Kirov, y que tanto le quedó de aquellas esencias espectaculares que Diaguilev llevó por toda Europa. Ballet montado sobre el último acto de la ópera Fausto, de Gounod.

Pero estos dos soportes, donde se conjuga el espectáculo con el virtuosismo y lucimiento personal de los bailarines principales, que derrocharon vitalidad, dinamismo y elocuencia, montada sobre su alta escuela y su calidad incuestionable, dentro desde luego de los límites que separan a un notable o discreto bailarín o bailarina de los genios que ha dado la escuela rusa, tuvo momentos de esplendor en el exquisito paso a dos de la Sylphide, -la obra que interpretaría María Taglini, la primera que bailó sobre puntas y universalizó el tutú-, una admirable coreografía de Dimytry Bryantsev, sobre música -grabada, por cierto- de Chopin, que tuvo una delicada y expresiva interpretación en Anna Khamzina y Alexey Lyubimov y una excepcional página -lo mejor de la noche, a mi parecer, desde el punto de vista técnico y estético- de Natalia Somova y Georgi Smilevsky en Último tango, coreografía de Gordeev, sobre música de Piazzola. Natalia Somova fue un regalo de expresión corporal, en su dramatismo y su poética concepción de la esencia misma de uno de los seis tangos del argentino que integran el ballet. También tuvo brillo el conocido paso a dos de El Corsario, con Kristina Kretova y Semyon Chudi, que no se reservó ningún esfuerzo en la dura prueba, como lo había hecho en la desangelada Giselle. Los giros sobre una pierna, los saltos y elevaciones fueron muy frecuentes a lo largo y ancho del espectáculo y esa agilidad y prueba física siempre entusiasma a los públicos que, muchas veces se acercan al ballet más como a una prueba gimnástica que a una alta interpretación artística.

Tras el espectacular Walpurgis Night, con los solistas Natalia Ledovskaya y Mikhail Pukhov, el broche efectista, dificilísima prueba para los bailarines del gran paso de Don Quixote. Una vez más Natalia Somova brilló en perfección y elocuencia, junto a Sergey Manuliov, Semyon Chudin y el resto de compañeros. Todos bailaron hasta la extenuación como exige ese endiablado virtuosismo de los bailarines y de la preparación del conjunto, rubricado en un lucido y variado vestuario de elegantes tonalidades que muchas veces tapó evidentes deficiencias de la compañía, impropias de un ballet de calidad.

Y, por segunda noche, destacar el vigor y calidad de la orquesta que está tan compenetrada con su ballet que hace posible que se viva con intensidad la música y la escena que en el mundo de la danza es una misma cosa, cuando ambos están vivos, en el foso del teatro o sobre el escenario. Notable velada, con momentos brillantes, donde todos nos transmitieron su entusiasmo y entrega para convertir al espectáculo en un vibrante encuentro con el público, que es lo que siempre esperamos de un programa de ballet.

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